domingo, 1 de septiembre de 2013

La noche del ejecutor


Bueno piltrafillas, llega el domingo y –como es habitual- las recomendaciones cinematográficas a este blog su alas a colgar. Y mi primera reseña del día es para una cinta española de principios de los 90, en concreto del año de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, ni más ni menos que La noche del ejecutor, escrita y dirigida por Jacinto Molina –o Paul Naschy, que tanto monta, monta tanto- con resultado un tanto desigual. La historia nos cuenta como el día de su quincuagésimo aniversario, el Doctor Hugo Arranz es asaltado en su casa por unos delincuentes violentos que le torturan y violan y asesinan a su esposa e hija. Cuando Arranz se restablece, decide dedicarse a ejecutar su venganza. Elvira, una joven abogada del bufete que lleva los asuntos de Hugo y cuyo padre y hermano fueron asesinados años atrás por unos atracadores, sospecha algo pero no le cuenta nada a la policia. Entonces, el comisario que lleva la investigación pide la ayuda de Olga Reyes, la jefa del bufete -una magistrada progresista que echa la culpa a la sociedad de los crímenes de las bandas juveniles- para que le ayude a llevar a los tribunales a los asesinos porque sospecha que Arranz querrá tomarse la justicia por su mano. Sin embargo, las ideas de Olga cambiarán cuando ella misma sea violada por los hombres de Cobra. Vamos amiguitos, un retrato de los 80 que suerte tengo yo de haber salido con vida de tal infierno. La noche del ejecutor es cutre –ya os lo digo desde ahora- ya que ni disponía de un guión redondo u original, ni de un presupuesto generoso ni de demasiadas figuras de la interpretación. A saber. El equipo de producción no se preocupó ni de arreglar el piloto trasero del Renault 18 del comisario, el llavero de Cobra –lo único que vemos de él mientras escuchamos su voz áspera- es de plástico malo y peor diseño, el Doctor Arranz –el día de su cumpleaños- va él mismo a comprar la cena con la mujer y la hija a un colmado de barrio y luego no invita ni a amigos ni a cuñados ni a familia, a nadie. Que cumples cincuenta, Hugo, soso. Y también tenemos escenas de pelea en las que se nota demasiado que se está utilizando a un doble de Naschy con sombrero y pelucón. 


Luego están los delincuentes –con apodos como Centella, Rambo... o Lola y maquillados como zombies-, con un discurso en contra de la clase alta con tal abundacia de insultos, palabras malsonantes y términos de argot que suena caricaturesco y forzado por lo excesivo. Frases como “Vamos a montar un número que ni los de la Cicciolina esa” dan una idea de la valía de Molina como guionista. En el apartado de intérpretes encontramos a Paloma Cela –la mejor del reparto, y eso que hace un papel secundario-, Manolo Zarzo, Adriana Vega –una habitual del cine de destape que en esta ocasión no enseña ni un milímetro de piel desnuda-, Marta Valverde como la violenta Lola –que colocó a su televisiva hermana Loreto en un papelito menor, aunque con diálogo- y a la cantante Luciana Wolf, una artista metida en política que poco después de rodar la película abandonaría las filas del Partido Popular y su cargo como directora de cultura del distrito de Barajas, que es precisamete en el que se desarrolla la acción de la cinta, concretamente en el barrio de la Alameda de Osuna, como puede verse en el rótulo del centro de alimentación del principio. Total, que como habréis notado, las referencias a Death Wish –el inicio es casi calcado al de la primera de la serie- son innegables, aunque en una escena Lola y Cuervo se mofen de Bronson mirando una de las películas de la saga. Pero es que en eso consistía el cine exploit hispano, en coger un tema que funcionase internacionalmente y en hacer con cuatro duros lo mismo en nuestro país. Así pues, os recomiendo la visión de esta especie de Spanish Death Wish de Paul Naschy acompañados de un buen cuenco de palomitas y una cervecita. Puro cine de evasión sin más pretensiones, algo que el cine español olvidó como se hacía durante muchos años. Ya vemos dónde le ha llevado eso.

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