domingo, 19 de mayo de 2013

Ópalo de fuego: Mercaderes del sexo


Piltrafillas, sin que hayan pasado dos meses aún desde la desaparición –vamos, que se murió- del realizador madrileño Jesús Franco, hoy os traigo otra de sus cintas para que disfrutéis –si eso es posible- de uno más de los exponentes de su vasta obra fílmica. En concreto, este fin de semana he visto Ópalo de fuego: Mercaderes del sexo, una película de 1980 en la que encontramos música de jazz, un guión absurdo, un montaje algo caótico, unas interpretaciones pésimas y el protagonismo de una Lina Romay que comenzaba a perder su lozanía. Eso sí, sus tetas eran preciosas. El argumento, un poco liado, nos cuenta como Cecile y Brigitte –unas antiguas prostitutas francesas recicladas en detectives- trabajan para el Senador Connally y los servicios secretos norteamericanos en una investigación cuyo objetivo es una red de trata de blancas que se dedica a secuestrar jóvenes famosas del mundo del espectáculo o ricas herederas para venderlas a millonarios sin escrúpulos. Para ello dicen ser bailarinas de striptease –el Dúo “Lesbica” se hacen llamar- y se emplean en el Flamingo, un night club regentado por los Forbes que les sirve de tapadera para sus secuestros. 


Amiguitos, la verdad es que poca cosa se puede decir de Ópalo de fuego, si no es que –sin duda alguna- no estamos ante la mejor película del tándem Franco-Romay. En mi opinión, Lina y Jesús debían ponerse morados a fumar porros en esa época, porque de otra forma no se entiende que pariesen un guión como este, con momentos entre hilarantes y de vergüenza ajena, cosas como Milton, el gay cazatalentos del Flamingo, que de tan exagerado pierde cualquier verosimilitud –la escena en la que Brigitte se lo beneficia mientras él lloriquea de asco es de todo menos cómica, y mucho menos erótica-, una Cecile vestida con un bikini de lamé dorado con gorro de baño a juego corriendo por un paisaje canario perseguida por un helicóptero o una extasiada Irina Forbes en su número Salomé 2000, simulando que le hace un cunninlingus la cabeza cortada de un San Juan Bautista. En fin piltrafillas, que si somos sinceros, estamos ante una bazofia infumable que sólo puede ser disfrutada con afán completista por seguidores frikis del Tío Jess. Pero ¿qué somos nosotros?, pues eso.