miércoles, 12 de septiembre de 2012

Aquellos dos rombos


Y ya que estoy con entradas televisivas –un tag que no se prodiga demasiado en este blog-, ayer me fijé en esos recuadritos con los que los canales identifican si el contenido es para mayores de 12 años o de 18. Si os he de ser sinceros, yo no me fijo mucho en esos detalles. De hecho mi hija de trece años –no sé lo que pensará de ello un psicólogo pediatra-, disfruta desde hace años devorando telefilmes en los que los asesinatos, la sangre y las vísceras son protagonistas, cosas como CSI y series parecidas. Sin embargo, aún se siente incómoda ante escenas ligeramente eróticas. Pero de lo que os quiero hablar no es de la manera en la que educo televisivamente a mi hija sino de algo de mi infancia, una marca que aparecía en la pantalla a menudo y a la que mis padres sí hacían mucho caso. ¿Alguien se acuerda de los dos rombos? Los que tengáis mi edad seguro que sí. Ignoro quién estaba detrás de ellos, es decir, quién decidía la cantidad de rombos blancos que debían acompañar a un programa y en razón de qué... pero os juro que hasta que no tuve dieciséis años, mi madre no me pasó ni una. Mi padre, tan riguroso en otras cosas, era más permisivo. Le decía a mi madre que no pasaba nada, que era porque se veía una teta o porque salía un asesinato y –a veces- podía ver acompañado por él alguna película de misterio o alguna escena en la que pillaba cacho. Es extraño, pero cuando rememoro aquella época, las imágenes vienen a mi en blanco y negro. En fin piltrafillas, eran otros tiempos.

2 comentarios:

Txema dijo...

Efectivamente eran otros tiempos... Yo también fui rombeado en mi infancia / mocedad!!!

ÁNGEL dijo...

A veces rezabas porque no se presentara tu padre cuando salían al principio; no por la peli, sino porque tocaba inmediatamente irse a la piltra a soñar con los angelitos.