Sant Joan 2011

Pues nada amiguitos, un año más nos encontramos ante la tesitura de tener que disfrutar –por narices, cojones o tradición popular- de la verbena de San Juan, la misma que algunos lerdos se encargan de presentar como la más corta del año. Dejando a un lado a esos inútiles que harían bien en informarse sobre la fecha correcta del solsticio de verano, este asocial que os escribe va a tener que participar de una cena a la que asistirá una representación del barrio –los que no se hayan ido a la playa o a la montaña a pasar este fin de semana largo, porque amiguitos, estamos en crisis pero los hoteles y restaurantes están llenos- a la mitad de la cual no conozco de nada, ya que como os podéis imaginar no soy de esos que va saludando a los vecinos por la calle. Y por si eso fuera poco, en lugar de estar cómodamente en casa voy a tener que pasar calor en la calle aguantando además la típica selección musical verbenera a volumen extra alto –que para eso ya están los Manowar, joder- que todos se empeñan en bailar, aunque sea en patéticas coreografías improvisadas. Si a ello le sumamos que odio los petardos, las bengalas, los cohetes y su puta madre os haréis una idea bastante acertada del ánimo con el que afronto el evento, al que no puedo negarme a asistir ya que –como me ocurría la semana pasada con la cena de padres del colegio de mi hija- mi señora esposa forma parte del comité organizador. Total, que –al igual que hice el viernes- tras un día laborable en el que de lo que tengo ganas es tirarme en el sofá a ver la tele –sedentario que es uno- cubriré el expediente de manera honrosa y a la mínima oportunidad que se presente escurriré el bulto para huír a mi guarida, cerrar las ventanas –antes me he olvidado deciros que también odio el olor a pólvora-, poner el aire acondicionado y servirme un gintonic frío tumbado en el sofá a la espera que las crápulas de mi esposa e hija regresen exhaustas y contentas al hogar.