domingo, 27 de julio de 2008

St. Elsewhere


Hoy he recordado algo que se me ha ocurrido que podía compartir con vosotros. Se trata de la serie St. Elsewhere, pionera –es de principios de los 80- en el género de dramas hospitalarios. La acción se desarrollaba en el Saint Eligius Hospital de Boston. Al parecer –según Wikipedia- el nombre de la serie hace referencia al nombre médico en argot que designa a hospitales de mala muerte que atienden a pacientes a los que las instituciones privadas o de mejor calidad no desean tratar o curar.
En fin, una serie que duró seis temporadas, se sirvió de tramas de todo tipo y por la que pasó un ingente número de actores. Algunos -como Helen Hunt, David Morse o el aclamado Denzel Washington- alcanzaron el estrellato. Otros se convirtieron en secundarios de lujo para producciones televisivas o directamente en carne para cine de serie Z.

Pero lo que más me impactó de esta serie, lo que hoy he rememorado en el transcurso de una conversación intrascendente tomando un Cinzano antes de comer, es su final. No sé si por mérito de la inventiva de los guionistas o porque esos inútiles no sabían ya cómo dar la puntilla a la serie, después de tenernos casi seis años viviendo las alegrías y penurias de esos médicos, la cámara nos muestra un primer plano del hospital una noche de nieve y se va alejando hasta que vemos que en realidad lo que nos enseña es una pequeña reproducción de un edificio metido en una de esas bolas de agua que al agitarse parece que tengan diminutos copos de nieve. Quien la agita es el hijo autista de un operario de la construcción –hasta ese momento era un cirujano- que exclama algo así como “A saber qué es lo que pasa por la cabeza de mi hijo”. Sí amiguitos, espero que coincidiréis conmigo en que, o bien se trata de una genialidad o de la peor de las artimañas para finiquitar una serie. Todo lo visto, todos los argumentos, todos los personajes, todo, absolutamente todo, ha sido una elucubración del hijo autista de un albañil.
Lo cierto es que nunca he podido olvidarlo. Quizás ahí radica el mérito de St. Elsewhere.

No hay comentarios: