Hola amiguitos. Hace ya tiempo que había leído sobre este hombre y me había fijado en esa imagen tan... inclasificable. Ahora, gracias a la oportunidad que las nuevas tecnologías y los programas de intercambio de ficheros me brindan –que para eso están, para culturizarse y no para robar a las discográficas- he podido al fin escuchar uno de los temas más famosos de Heino, el titulado Edelweiss. Si he de fiarme de esta tonadilla, debo deciros que musicalmente este tipo –una figura nacional en su país de origen, Alemania- es como un cruce insano entre Karina, Georgie Dann y el cantante de Rammstein.
No, no me he vuelto loco piltrafillas. La verdad es que han acudido a mi cerebro imágenes de alemanes borrachos, cantando al unísono –berreando más bien- mientras agitan al aire enormes jarras de cerveza, y he supuesto que en mi estado de sobriedad seguramente no podría advertir el componente festivo que el artista expresa en sus canciones. Así que, ni corto ni perezoso, me he tragado unos buenos sorbos de un licor casero que hice tiempo atrás, una mezcla de orujo, anís y moras silvestres. No es cuestión ahora de enaltecer las virtudes laxantes del brebaje –que ha adquirido un bonito tono amarronado-, pero debo admitir que ni turbado por su graduación alcohólica he podido captar el arte que supongo que se esconde en Edelweiss. Como os podéis imaginar, he parado inmediatamente la descarga de otras joyas de este hombre. Y eso que una de ellas, con el título Sierra Madre en castellano, prometía ser más alucinante que los yogures caducados. Quizás mi cuñado se enfada –sí, lo habéis adivinado, es alemán-, pero no creo que me convierta en aficionado al arte de Heino, todo un icono kitsch que ha cumplido ya los 70 años. Nada amiguitos, si sois de los que creéis que hay que probarlo todo, ya sabéis, Heino está ahí para ayudaros.
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