He aquí un encendido alegato a favor de aquello que antes conocíamos por discos o elepés, esos círculos de vinilo que reproducían música por ambos lados gracias a la vibración que una aguja -la del tocadiscos o giradiscos- recogía del surco que recorría en espiral cada una de las mencionadas caras del artefacto. Ese frágil soporte iba protegido por una funda de papel o plástico que a su vez iba metida en una funda de cartón que -la mayoría de las veces- se hallaba decorada por ilustraciones o fotografías. Debéis saber amiguitos -los de mi edad me comprenderéis- que comprar un disco era sólo el inicio de la liturgia. Luego venía el sacar ese círculo negro de su funda o portada, colocarlo en nuestro giradiscos -en los 80, gran época, le llamábamos "tocata"- y escuchar la primera de sus caras mientras nos empapábamos de cada detalle de la portada.
Luego llegó el CD, que decían que se oía mejor, pero que era más pequeño, menos atractivo, más caro y -salvo encomiables casos- menos estético.
Hoy, piltrafillas, existen los Mp3, simples ficheros informáticos, intangibles, abstractos y fríos, que se amontonan en nuestro diminuto reproductor o en la memoria del ordenador. Ya no miramos las portadas -escuchamos la música por la calle o mientras hacemos otras tareas- y, en ocasiones, la calidad del sonido deja bastante que desear. Sí, es cierto, desde que existe ese formato escucho más música que nunca. Un reproductor de emepetrés tiene mucho menos tamaño y muchísima más capacidad que un lector de CDs o -evidentemente- un tocadiscos. Sin embargo, echo de menos aquella magia, aquella liturgia. Hace poco lo leía en una revista, y aunque triste, es toda una realidad. Quien nos iba a decir a nosotros -rockeros de pro- que los únicos que mantendrían viva la llama del vinilo serían los Disc Jockeys de odiosa música bailable y execrable.
Luego llegó el CD, que decían que se oía mejor, pero que era más pequeño, menos atractivo, más caro y -salvo encomiables casos- menos estético.
Hoy, piltrafillas, existen los Mp3, simples ficheros informáticos, intangibles, abstractos y fríos, que se amontonan en nuestro diminuto reproductor o en la memoria del ordenador. Ya no miramos las portadas -escuchamos la música por la calle o mientras hacemos otras tareas- y, en ocasiones, la calidad del sonido deja bastante que desear. Sí, es cierto, desde que existe ese formato escucho más música que nunca. Un reproductor de emepetrés tiene mucho menos tamaño y muchísima más capacidad que un lector de CDs o -evidentemente- un tocadiscos. Sin embargo, echo de menos aquella magia, aquella liturgia. Hace poco lo leía en una revista, y aunque triste, es toda una realidad. Quien nos iba a decir a nosotros -rockeros de pro- que los únicos que mantendrían viva la llama del vinilo serían los Disc Jockeys de odiosa música bailable y execrable.
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