sábado, 29 de marzo de 2014

CAP.10

Daniel caminaba cerca de la Plaza Mayor y miraba a su alrededor cómo la gente subía deprisa a los buses, cómo los niños andaban camino del colegio, mientras él solo caminaba con el dolor de cabeza que dejan la cerveza y el ron tomados durante la noche anterior. Los lunes en el centro de Lima son así, pero para Daniel el mundo va y viene mientras él camina pensando en si habrá o no dinero para comer. Un jean apretado, un polo de Motörhead, algunas pocas monedas en el bolsillo y una casaca de cuero era todo lo que tenía. Se sentó en una banca del parque universitario; pasaban algunos ambulantes vendiendo desayunos al paso, el solo verlos le causaba algo de nauseas. Y así siguió, sentado, mirando a la gente pasar mientras la clásica neblina limeña enfriaba un poco el otoño y algunos rayos solares se asomaban entre las nubes indicando que hacia el medio día el sol sería inclemente a pesar de estar en otoño. 

El reloj del parque universitario marcaba las 8.30 de la mañana y entre medio dormido y despierto, Daniel se levanto como buscando algo entre sus cosas. Al recordar lo poco que tenía, empezó a caminar lentamente con dirección errante, atravesando las pequeñas calles del centro de Lima. Los primeros negocios abrían ya sus puertas cuando se acercó a una panadería que estaba en una esquina y pidió un par de panes para calmar el hambre, que ya varias horas habían pasado desde la última vez que comió. Con eso ya le quedaba aun menos dinero del que tenía cuando inició el día. Luego siguió su camino con destino a cualquier lado, llegó a la estación central de buses metropolitanos y tomó uno rumbo hacia el sur. Al llegar al cuarto que alquilaba o al menos trataba de pagar para quedarse ahí, se encontró con la dueña de la casa quien inmediatamente le increpó que debía ya casi dos semanas. Daniel se detuvo para intentar prestar atención a la dueña pero con su mente en blanco oía algunos balbuceos y nada más. Aun así, se disculpó y prometió sin falta el dinero para el viernes. 

Ya el día llegaba a su fin y Daniel no había hecho más que dormitar y escuchar algo de música grabada en un celular antiguo que solo le servía para ver la hora y almacenar algunos discos. Sin señal, era tan viejo que tenía que estar conectado todo el día para que funcionase. Entre vivo y muerto, Daniel volvía a despertar para salir en la noche, su estilo de vida bohemio y sin tabúes lo llevaba siempre a tener mil anécdotas para contar, pero como no tenía amigos se las quedaba para él. 

Es martes, Daniel se da un baño, se vuelve a poner la misma ropa -no tiene más-, mira a su alrededor, ve el teléfono móvil, le da al play, suena el …And Justice For All. Los acordes de Blackened le dan un poco de ánimo y sale con rumbo al bar de siempre. El Templario, bar metalero por excelencia del centro de Lima, hoy presenta bandas nuevas y mientras Daniel intenta convencer a un grupo de muchachos de que él es el guitarrista perfecto para su banda, van tocando algunos covers de algunas bandas ya conocidas. Es la segunda vez que Daniel tendrá que dejar su caótico arte y verlo todo sentado en la barra; a la larga esto cambiará su destino para siempre. 

Daniel escuchaba las bandas nuevas y criticaba, quería escuchar un thrash más ochentero que pudiese hacer hervir todo ese monstruo metalero que llevaba dentro. Antes de llegar había conseguido algo de dinero vendiendo unas mantas que le robo a la dueña de la casa donde rentaba su cuarto, bien pensaba él que la vieja nunca se iba a dar cuenta, y el dinero para la cerveza siempre era necesario en esos sitios. De pronto, a su lado se sentó un desconocido. Usualmente los martes iban siempre al Templario los mismos tipos desaliñados, pelucones, y con polos de bandas como Maiden, Saxon o Death entre otras más o menos conocidas. Pero a ese tipo flaco, alto, de barba, nunca lo había visto antes. Pero, como siempre, Daniel hizo caso omiso a sus instintos y siguió criticando a las bandas junto con su amigo, por así decir, el barman. 


Daniel había bebido más de 5 cervezas y nuevamente los sentidos le fallaban. Pensó que era hora de irse a su cuarto a descansar, pero como era de esperar solo quedaban algunas monedas en su bolsillo. Eran poco más de las tres de la madrugada, debía esperar a que amaneciese para que los primeros buses lo llevasen rumbo a lo que Daniel llamaba casa. Fue en ese momento cuando el flaco alto y barbón se acercó y le dijo 
–Hey Daniel, quiero ofrecerte algo. ¿podemos conversar?. 
Daniel subió la mirada para poder enfocar o tratar de enfocar a ese hombre que jamás en su vida había visto. 
–¿Quién es usted?– balbuceó Daniel mientras el rasgueo de las guitarras se escuchaba bastante fuerte y la batería opacaba todo intento de comunicación. El barman miraba con atención el intento de conversación de esos dos muchachos. Al darse cuenta, el tipo alto barbón dio media vuelta y se llevó a Daniel abrazado como si fueran amigos de siempre. 

El barman iba a preguntarles algo pero de pronto llegaron varios a comprar cerveza y su intento se diluyó entre algunos soles y algunas botellas vacías. 

El hombre paró a Daniel en la calle y le dijo: 
-Necesito que hagas un trabajo, te voy a pagar bastante bien y te vas a ir del país, si te quedas te pudres en la cárcel, ¿aceptas? 
Tan claro y conciso fue, que Daniel lo recibió como un cuchillazo en la mente, todo el alcohol se mimetizo con la idea de hacer algo que lo podría llevar a la cárcel o ser un fugitivo eterno. Se detuvo a pensar lo que ese hombre venía a decirle, quería más información, no tenía nada que perder; y lanzó la pregunta sin temor. 
-¿A quién hay que matar? 
El hombre esbozo una sonrisa –no es tan fácil– le dijo. 

Daniel es un muerto viviente, lo poco que sabe hacer no lo hace muy bien, y esto podría cambiar su vida para peor o quién sabe. Las decisiones que había tomado Daniel durante sus 27 años de vida no habían sido las mejores, lo demostraba el precario modo de vida que tenía. El hombre lo miró y le dijo: 
–Parece que estas decidido a cambiar tu vida. Daniel que veía todo más claro con las primeras luces de la mañana, caminaba junto al hombre alto barbón. Pasaron por un par de iglesias coloniales y algunos parques del centro histórico hasta que volvieron a llegar a la Plaza Mayor, cerca a la catedral. Iban conversando sobre algunos temas en común. Al parecer mientras pasaba el tiempo se volvía más amena y divertida la conversación. Llegaron a un acuerdo y el hombre alto barbón saco un sobre de su bolsillo y lo dejó en una banca. Tomó un taxi y se fue. 

Daniel tomó el sobre y encontró varios billetes de 100 dólares, un pasaporte con su datos, y un boleto de avión a Madrid. Su vuelo salía a las 5 de la tarde de ese día. Sin nada que perder, sin nada que temer, volvió rápidamente a su cuarto. La mujer lo estaba esperando en la puerta, sin hablar mucho ni dejarla hablar le dio un billete de 100 dólares. La vieja no sabía que decir, estaba a punto de increparle acerca de sus sabanas, pero se dio por bien servida con ese billete. 

Las pocas cosas que pudo rescatar Daniel fueron el último libro que estaba leyendo, 100 años de soledad, el teléfono que -si bien es cierto- no servía como móvil, sí como almacén de algo de música, un par de fotos de su perro y un autógrafo de Dave Mustaine. Lo puso todo en un bolso que había comprado de camino a casa, lo cerró y partió hacia el aeropuerto. Mientras atravesaba la ciudad veía sin mucho interés Barranco, Miraflores, la congestionada avenida Javier Prado, San Isidro, Magdalena, Callao... Llegó poco antes de las 4 al aeropuerto, tarde para ser la primera vez en su vida que se subía a un avión, mientras preguntaba por dónde y a dónde ir pasaba el tiempo. Cuando llegó el momento de pasar migraciones, el hombre de la cabina lo miró despectivamente, interrogándole por un corto tiempo hasta que finalmente lo dejó pasar. Daniel subió al avión, y ubicó su sitio, era primera clase. 

Ya en el aire, abrió el sobre nuevamente. Tenía algunas instrucciones. Llegando a Madrid debía trasladarse hasta Barcelona, donde lo estará esperando un tal Pablo. Sin más instrucciones, Daniel simplemente se deja llevar por el miedo de subirse por primera vez a un avión. En el aeropuerto había comprado un celular nuevo, al que había agregado rápidamente algunas canciones. El viaje iba a ser largo, por lo que le dio al play. No podía empezar con mejor tema, Wherever I May Roam sonó estridente a través de los audífonos mientras notaba cómo el avión se iba moviendo. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Daniel, cómo si esta fuera la última vez que veía la ciudad que lo vio nacer. 

© Víctor Anchante

Lee aquí el siguiente capítulo.

3 comentarios:

Rockologia dijo...

Vaya, vaya, esto comienza a precipitarse. ¿Pablo en el bando malo? ¿La pelirroja será un bicho digno de su herencia? Daniel parece abocado a ser quien decida la historia... ¡El siguiente por favor!

Antonio Novo Medinilla dijo...

King donde esta el capítulo uno. Ya me lo he bajado y ordenado en la tableta por aquello de conservar las pocas neuronas que me quedan. Un abrazo compañero.

King Piltrafilla dijo...

¿Que dónde está el capítulo 1?, antes del CAP.2 ¿no? ¡No te entiendo Antonio! jajaja