Ya por la mañana, tocaba descubrir la ciudad comenzando por su plaza principal, la Rynek Główny. Podéis ver imágenes de los edificios y monumentos que se encuentran en ella, desde la basílica gótica de Santa María en una vista que oculta los andamios en una de sus torres –motivo por el que no hice demasiadas fotografías del templo–, la coqueta iglesia barroca de San Adalberto, la estatua del poeta Adam Mickiewicz, la renacentista Lonja de los Paños y la Torre del Antiguo Ayuntamiento.
Ya en la calle Grodzka, llena de edificios renacentistas, podéis ver las iglesias barrocas de San Pedro y San Pablo, con las estatuas de los doce apóstoles en su entrada, y la de San Andrés.
El paseo prosiguió con la visita al Castillo de Wawel y la preciosa catedral de San Wenceslao y San Estanislao –desgraciadamente, no permitían hacer fotos del interior– y el ascenso a la torre del campanario, donde destaca la gran Campana de Segismundo. No tiene más interés que subir aborregado unas empinadas y estrechas escaleras de madera, pero son esas cosas que uno hace cuando va de turista. La visita al castillo finalizó con la bajada a los túneles bajo las murallas, que desembocan a orillas del Vístula ante la estatua de un dragón que cada cierto tiempo echa fuego por la boca y que está relacionado con una antigua leyenda de la ciudad.
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