Proseguimos el paseo bajo un sol abrasador hasta la 60th St en dirección al East River para cruzar el Queensboro Bridge en teleférico hasta la Roosvelt Island. De regreso en Manhattan y después de comer una ensalada, nos adentramos en el extremo sur de Central Park dispuestos a encontrar la estatua de Alice in Wonderland. Antes pasaremos por la Bethesda Terrace, un cobertizo con techo de azulejos ante una bonita fuente y un lago en el que se pueden alquilar botes a remo y en el que en lugar de peces viven tortugas acuáticas.
De regreso en el hotel y después de descansar, salimos a merendar unos cannoli por Little Italy y a pasear por sus calles haciendo tiempo hasta la hora de cenar un buen plato de pasta.
El tema me permite comentaros que New York City es en ese aspecto una ciudad cara. Hay que andar con ojo porque los precios tampoco incluyen nunca los impuestos. Además, las propinas son obligadas en cualquier restaurante o Bar, por lo que siempre hay que añadir del 15% al 20% a todas las consumiciones. Es decir, que he visto sitios en los que una copa de cerveza fuera de la happy hour podía costar de 8 a 11 dólares. A eso hay que sumar el impuesto y la propina obligatoria, así que imaginad. Ciertamente, en los supermercados hay cervezas frías en latas tamaño king size. Pero está prohibido consumirlas por la calle. Y ya que hablamos de la cerveza, recordad que la edad legal para beber es 21 años. Mi hija –una enamorada de la cerveza como su padre– con 20 años ha tenido que beber agua en casi todas partes durante nuestra estancia en New York City –por cierto, en todos los restaurantes es gratuita y te la van sirviendo con hielo–, excepto en un par de locales en los que la pedí yo y se la bebió ella, medio escondida.
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