domingo, 24 de febrero de 2019

Climax (2018)


Hoy os traigo a la polémica Climax del no menos controvertido Gaspar Noé, bonaerense de nacimiento y francés de adopción y convicción al que conocí con Irreversible, una cinta de la que ya os hablé aquí y que no me dejó con muy buen sabor de boca que digamos. Esta vez, el realizador –también autor del guión– nos ofrece una obra peculiar que el año pasado se llevó el premio a mejor película en la última edición del Festival de Sitges así como otros galardones como el Art Cinema de la quincena de realizadores de Cannes. Con un reparto coral en el que encontramos a Romain Guillermic o a Sofia Boutella –vista aquí recientemente en Atomic blonde o hace algo más en Kingsman–, Climax explica cómo un grupo de bailarines que han participado en una coreografía, celebran una fiesta de despedida que resulta de lo más perturbadora. Al menos eso es lo que, más o menos, nos cuenta una sinopsis que parece pertenecer a un thriller. Nada más lejos de la realidad. Las primeras imágenes que aparecen en pantalla son las de una mujer arrástrándose ensangrentada por la nieve, lo que ya nos indica que el final de la película no va a ser placentero. Entonces la trama comienza tras los títulos de crédito con las entrevistas de un casting de bailarines, artistas tan apasionados que afirman no tener más cosa en la vida que la danza y que si se quedasen sin ella se suicidarían. Vamos, gente con miedo a la soledad, capaces de lo que sea por alcanzar la fama y con una vida muy vacía, obsesionados con un único aspecto de su existencia y expresándose a través de una retahíla de clichés tan manidos como impersonales. En esas cintas aparecen ya claves como la homosexualidad, la violencia, las drogas o el chauvinismo galo. 


Lo siguiente es una larga coreografía coral con música electrónica y luego comienza la interacción entre personajes, con Patrick Hernandez de fondo, mientras los bailarines celebran su despedida bebiendo sangría y bailando en una sala presidida por unas cortinas con los colores de la bandera de Francia. Media hora más tarde no ha ocurrido nada. Hemos sido testigos de las conversaciones de parejas que se han ido formando, hablando del matrimonio, de lo raro que les parece todo, del machismo o criticando a los demás... pero sobre todo de sexo, en ocasiones con tintes violentos. Así, los protagonistas fuman, beben, charlan y siguen bailando al ritmo de música electrónica. Pero entonces comienzan a comportarse muy raro, pasados de vueltas y colocadísimos. Mientras el disc-jockey se muestra despreocupado y se limita a decir que todo va bien, que están de celebración, algo marcha mal. Y es que igual que le pasó a la involuntaria estrella de YouTube José Tojeiro, aquel gallego que afirmaba “me echaron droja en el colacao” refiriéndose a unas prostitutas –por cierto, el pobre falleció en 2015 en El Ferrol–, comienzan a creer que alguien ha puesto LSD en la sangría, desembocando en un exceso de abusos físicos, violaciones e incluso relaciones incestuosas a lo largo de un montaje en el que Noé no sigue las convenciones habituales –como ya hizo en la mencionada Irreversible–, teñido de colores saturados herederos del giallo. Alucinación en estado puro. Llegado el fin y sin entender de qué coño ha ido todo eso, sin saber si Climax es una genialidad o una provocación vacía, lo cierto es que debo admitiros que como experiencia sensorial me ha gustado aunque como película me ha parecido aburrida y sin pies ni cabeza. Quizás era eso lo único que el realizador buscaba, sin que haya otra explicación a este aparente caos argumental.

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