domingo, 3 de junio de 2018

Una libélula para cada muerto (1973)


De nuevo en poco tiempo os traigo una nueva cinta con Paul Naschy como protagonista, la irregular Una libélula para cada muerto. Tras el asesinato de un drogadicto en su casa a manos de un misterioso asesino que deja sobre sus víctimas una libélula empapada de sangre, conocemos al inspector Paolo Scaporella de la policía de Milán –Naschy en el papel de un policía violento y con un puro en la boca incluso cuando cocina spaguetti– que acabará haciéndose cargo del caso. Para resolverlo no duda en solicitar ayuda a un modisto amigo de su esposa, ya que en uno de los crímenes el asesino perderá un botón de la chaqueta, un complemento de alta costura que no está al alcance de cualquiera. Conforme avanza la investigación iremos viendo como el círculo de amistades de Paolo y su esposa pertenece a esa alta sociedad que se considera por encima de la chusma a la que el asesino está masacrando pero que esconden hipócritamente una cara oculta en la que las infidelidades, el crimen y las parafilias sexuales también tienen lugar. Además, parece ser que hombres importantes de la ciudad eran clientes de algunas de las prostitutas fallecidas.

Dirigida por el realizador todoterreno argentino León Klimovsky que a lo largo de su carrera trabajaría en numerosas ocasiones con Naschy, Una libélula para cada muerto se basa en un guión del propio actor dialogado por Ricardo Muñoz Suay. Protagonizada por el madrileño junto a Ricardo Merino, María Kosty, Eduardo Calvo o las argentinas Erika Blanc y Susana Mayo, pese a estar rodada con oficio y resultar entretenida, adolece de unas interpretaciones desiguales y de una falta de sangre que no ayuda a dotar de truculencia a un argumento que hubiese dado mucho más de sí con algo de energía en ese aspecto. Por otra parte, su discurso equiparando a drogadictos, prostitutas, corruptores de menores u homosexuales –en realidad, invertidos, que es el rancio nombre con el que un personaje se refiere a ellos– la convierte en casposa y trasnochada. Además, el montaje musical es infecto, como en la escena de Scaporella y su esposa en la cocina mientras suena una cancioncilla más adecuada para el hilo musical de unos grandes almacenes o un reportaje de las playas de Benidorm que para un giallo. Total, un producto de nivel medio-bajo, limitadito pero aprovechable.

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