jueves, 19 de diciembre de 2013

Almuerzo de empresa (Yastaquí la Navidás)


Piltrafillas, mañana no me esperéis despiertos. Ha llegado el gran momento de la cita con la comida navideña de empresa –sí, en la mía es tradición hacer un almuerzo, no una cena- y ya hace algunos años que me da por asistir. Antes no iba. No os lo vais a creer, pero en mi empresa esta comida nos la teníamos que pagar los empleados. Y claro, a mi no me hacía ilusión compartir con según quienes la mesa y además poniendo pasta. Como véis, buen rollito ante todo es lo que ha reinado siempre en la oficina. Hace tres o cuatro años, incluso, seguí trabajando cuando la totalidad de mis compañeros –los que quedaban, porque era una época convulsa de despidos- estaban haciendo el aperitivo. De hecho, una hora después, un par de ellos –medio borrachos y gracias a que en el mismo edificio tenemos restaurante- me trajeron al despacho una birra ¡y un plato de lubina al horno! 
Total, que ahora no me pierdo esta cita. En realidad no me cuesta nada, la empresa invita y el menú es lo de menos. Lo que importa es empezar con las cervecitas antes de que llegue el aperitivo, atacar el vino tan pronto como lo dejen en la mesa y estar pedo cuando el presidente se ponga a dar la brasa con el discursito acostumbrado. Mis compañeros aún se ríen –yo no tanto- cuando recuerdan que el año pasado me dio por tararear el Gangnam style mientras el presidente hablaba de los objetivos estratégicos y como luego me levanté para espetarle un “no era el momento” que dejó pasmada a la concurrencia. Por lo que parece –doce meses despues sigo ahí-, el hombre fue comprensivo con mi estado... eufórico por decirlo de alguna manera. En definitiva, que después de los putos turrones y el Marie Brizard –cutre, pero ya es tradición- nos reunimos unos cuantos que mantenemos buena relación entre nosotros y nos ponemos a gusto de cubatas, gintonics o ron añejo a palo seco –ese acostumbro a ser yo- además de algunos whiskies, hasta que alguna alma caritativa y sobria nos lleva a casa o toca regresar caminando –una horita más o menos yendo sereno y media hora más en estado ebrio- bajo el frío y oscuro cielo de la tardenoche barcelonesa porque, por supuesto, es un día en el que no cojo el coche y voy a la oficina en transporte público. En definitiva, que si se tercia, quizás nos leamos en Twitter... pero de entradas en el blog ni hablar.

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