viernes, 10 de febrero de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo undécimo (I)



1

"I walk these streets alone tonight, the owl dances in my hand, his eyes are my only light...". En el horizonte se diluían las últimas luces del día y la oscuridad amenazaba con extenderse sobre la solitaria carretera N-II. La conversación entre Anna y Marta había alcanzado tal punto de animación, que las risas se mezclaban con la música e impedían que Gerard pudiese escuchar con claridad las explicaciones de Víctor sobre la necesidad de entrar en Tárrega por el norte de la población con el fin de encontrar aparcamiento con mayor facilidad.

- Si calláis un poco podré oír a Víctor -dijo Gerard elevando la voz.
- Si bajas la música, a lo mejor también le oímos nosotras -contestó Marta-. Vaya tostón.

Estaba claro. A nadie le gustaba la música que Gerard ponía en el coche. Pero el Calibra era suyo, y quien subiese a su coche tendría que aguantarse. Cuando llegaron a Térrega no tuvieron dificultades en aparcar en un lugar céntrico. Gerard estacionó su coche en la Avenida de Catalunya y los otros integrantes de la comitiva en el Carrer del Migdia. Poco después, el grupo en pleno se encontró en el punto de reunión convenido. El lugar, la plaza del Carme, era la ubicación habitual del mercado al aire libre de la población. Sin embargo, en dicho recinto conocido popularmente como El Patio, por la noche, durante la celebración de la feria de teatro, se encontraba el restaurante al aire libre en el que, como cada año, Gerard y sus amigos se proveían de bocadillos de longaniza a la brasa con pimientos verdes, lomo adobado, butifarra negra, frankfurts y tocino, todos ellos confeccionados con tupidas rebanadas de pan untado con tomate y aceite de oliva. No podía negarse que los fines de semana que año tras año Gerard y sus compañeros dedicaban a su asistencia a Tárrega, además de dedicarlos a asistir a una o dos representaciones teatrales de pago, se caracterizaban por una buena alimentación, tanto en calidad como en cantidad.

Mientras llenaban sus estómagos, las féminas del grupo rodearon a la recién incorporada y le explicaron entre risas lo bien que esperaban que se lo pasase y le manifestaron, a su vez, la esperanza de que su presencia no condicionase el comportamiento alocado de Gerard.

- No tengo por qué condicionar nada. Ya es mayorcito para hacer lo que quiera -dijo Anna, forzando una sonrisa, pero molesta con el comentario.
- Ya -dijo Loli-, pero conozco a hombres que, delante de sus mujeres, no se comportan igual que en solitario.

Algo más tarde, cuando casi habían dado cuenta de la comida y de las indispensables cervezas que la acompañaban, Víctor se dispuso a hojear el mapa de la ciudad para localizar los puntos en los que tendrían lugar esa noche los espectáculos gratuitos, pasacalles y representaciones variadas. Entonces Gerard se disculpó.

- Perdonadme un momento -dijo-. Voy a buscar un cajero automático, que me he quedado sin un duro.
Y en pocos segundos desapareció entre la marea de personas que iban y venían por la plaza para, en unos instantes, llegar a la fuente de la esquina noroeste de la plaza.



2

Pasaban veintitrés minutos de las diez de la noche. En la esquina de la plaza con la calle Agoders, una multitud variopinta y entusiasta se arremolinaba alrededor de un malabarista de diábolo. Un poco distanciada de éste, mirando el espectáculo sin mucho interés, había una mujer que agarraba con fuerza contra su pecho un pequeño paquete. Gerard supuso, aunque sin estar seguro del todo, que aquella era la mujer con la que esperaba contactar. Un pálpito en su interior así se lo indicaba, pero prefirió asegurarse para no hacer el ridículo.

- Perdona -se dirigió a la desconocida-, soy Gerard. ¿ No te llamarás Elena por casualidad ?.
La mujer asintió y, sin pronunciar palabra, se arrojó llorando a los brazos de Gerard. Mientras se retiraban a un rincón más oscuro y alejado del bullicio, Gerard pudo ver los moratones que le oscurecían a Elena el lado izquierdo de la cara.
- ¿ Sabes ?, pesaba que ya no vendrías -dijo ella.

Anna, desde donde estaba, no podía escuchar lo que su marido y aquella mujer se estaban diciendo. Sin embargo, había tenido suficiente con asistir a la imagen de los dos abrazados. Por fin conocía la verdad, y eso la consolaba en parte. No estaba enferma. Mil veces se había intentado autoconvencer de lo infundado de sus sospechas, pero ahora nadie le podía decir que sus celos eran producto de elucubraciones sin sentido. Y su marido, ¿ como podía haber sido tan poco discreto ?, encontrándose con su amante a pocos metros de ella.
Llena de ira, aguantándose las ganas de acudir al encuentro de la pareja y montar una escena, dio media vuelta y regresó junto a los amigos de Gerard para fingir que disfrutaba de su compañía.

- Valientes cerdas -pensó mientras miraba a Loli y a Sara-. ¿ Era este uno de los comportamientos alocados de Gerard que ella no debía coartar con su presencia ?, ¿ Era ella la única que no conocía los devaneos de su marido ?.
- Mirad -gritó Sara sorprendida y totalmente ajena al odio que emanaba de Anna-, ¿ no es ese Pau Riba ?.

Mientras tanto, Elena le contaba a Gerard que ya no podía soportar más el trato vejatorio que le dispensaba su esposo. Era habitual que la ningunease en público y que le demostrase una total falta, no ya de amor, sino de un mínimo de afecto. Pero, además, su marido había llegado a las manos en demasiadas ocasiones y no estaba dispuesta a consentirlo más.
Después de la última paliza, Elena había vaciado la caja fuerte de la correduría y había tomado la determinación de huir hacia Soria, población en la que vivían unos primos suyos de los que su marido desconocía la existencia. Antes de marchar, no obstante, había decidido entregar a Gerard las pruebas que éste tanto anhelaba y que demostraban la connivencia entre su esposo y Alejandro Romero en la comisión del fraude a los mutualistas de Fast Pizza. Elena quiso dejar claro que sus familiares no tenían constancia de en lo que estaban participando. Su único delito había sido presentar gastos médicos de un familiar. Por último, Elena le confesó a Gerard que, además de por desprecio a su marido, también hacía todo aquello por Tomás. Gerard, conociendo a su amigo, desvió la mirada.

- Tranquilo -le dijo ella sollozando-, ya sé que para él no he sido más que otra de sus conquistas rápidas, pero cuando hace tiempo que a una la tratan como a una mierda y un día llega un hombre que te hace recordar que todavía eres una mujer, no es facil olvidarlo.
- Lo entiendo -dijo Gerard-. ¿ Quien sabe ?, a lo mejor hasta te llama algún día.
- No -respondió Elena-, no lo hará. Pero si le ves dile que siempre me acordaré de él.

Finalmente, Elena le entregó a Gerard el pequeño bulto que llevaba consigo. Envuelto en papel de embalar, con la palabra Mutua escrita en un extremo, el paquete contenía seis folios manuscritos con la explicación de la historia, copias de cartas entre su marido y el presidente de Central Foods, y dos disquetes con las pruebas de confección de las facturas, además de diversa documentación que permitía identificar cada una de las compensaciones efectuadas por la mutualidad en base a esos inexistentes gastos médicos. Gerard no podía creerse que tuviese aquello entre sus manos.

- ¿ Necesitas algo de dinero ? -preguntó.
- No -respondió ella, que ya se había serenado-, ya te he dicho que me he llevado el contenido de la caja fuerte.

- Lo que peor me sabe -continuó- es que no estaré presente para ver la cara de mi marido cuando reciba la visita de la Policía y sepa que su mujer, no solo le robó, sino que le traicionó de todas todas. En fin Gerard, haz lo que creas que debes hacer.
- Lo haré -dijo él-, no te preocupes. Que tengas mucha suerte.
- Gracias -dijo ella antes de desaparecer entre la muchedumbre, calle Agoders abajo, en dirección a la estación de autobuses de la plaza de las Naciones.
- Gracias a ti Elena, gracias a ti.
Gerard permaneció inmóvil por unos instantes, aferrando fuertemente contra su cuerpo, incrédulo aun, el paquete que acababa de recibir de manos de aquella mujer maltratada. Luego buscó una oficina bancaria. Encontró una a escasos diez metros de su posición y sacó de su cuenta algo de dinero. Entonces corrió junto a sus amigos, pidiendo en secreto a Loli que le guardase en el bolso aquello que Elena le había dado.

- Ya te contaré -le dijo-, pero ahora guárdalo y no digas nada.
- Sí que has tardado -le dijo Víctor.
- Ya. No os imagináis la cola que había en el cajero -contestó él, sin advertir la corta pero intensa mirada que Anna le dedicó-. Venga, vamos al teatro.

3 comentarios:

Carmen de la Rosa dijo...

Muchas veces por la fira, cuando veo la cantidad de gente variopinta que nos visitan, pienso en cuantas historias hay detrás de ellas, de donde vendrán, que harán, pero no podía imaginar una como esta: desamor, intriga, estafa, malos tratos. Gracias King por desvelarme una de esas historias.
Los escenarios son perfectos: nombre de las calles, comida, ambiente, en la esquina del carrer Agoders viendo al del diabolo tambien estaba yo. :)

King Piltrafilla dijo...

Me alegro de haberle traído recuerdos. Efectivamente yo también estaba ahí, viendo a la Fura, a Toni Albá, a T de Teatre... y a tantos otros, antes de que fuesen conocidos, bebiendo, comiendo tarta de queso y crepes de madrugada. Pero eso fue hace muuuuucho tiempo, demasiado querida Carmen.

Lai dijo...

31. Ya solo faltaba que hubiera tenido Vd., un calibra.
Gerard y sus amigos se proveían de bocadillos de longaniza a la brasa con pimientos verdes, lomo adobado, butifarra negra, frankfurts y tocino, todos ellos confeccionados con tupidas rebanadas de pan untado con tomate y aceite de oliva.
Y pensar que solo he cenado un queso de burgos y un te sin teina… maldita sea la …
…se caracterizaban por una buena alimentación, tanto en calidad como en cantidad.
Esto es discutible ¿no cree?
¿Qué hará Anna?
¿Mataran al Gerard por listo?
¡Veremos! –dijo un ciego que no vio na-