martes, 21 de febrero de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo duodécimo (I)




1

El sobre lacrado que descansaba sobre la mesa del escritorio, lo encontró su secretaria al día siguiente de su desaparición. En él, Philippe daba instrucciones para que se le diese a Jacques Yseult todo cuanto demandase. Jacques se presentó en el bufete el mismo día. Traía consigo la documentación que le acreditaba como nuevo socio de la firma y, desde ese momento, jefe supremo de la entidad. Y esa no había sido la única gestión de Philippe previa a su extraña desaparición.
Sin que su esposa sospechase lo más mínimo, había dejado la mansión de Versailles a nombre de su hijo Pierre, y se había dado de baja de las cuentas de ahorro de las que compartía titularidad con Eve-Marie. Con Jacques había acordado que, mensualmente, éste ingresaría un importe fijo en un depósito que únicamente conocían ellos dos. Philippe no tenía ninguna duda sobre la fidelidad de su amigo. Habían prestado el servicio militar juntos y, a su vez, habían comenzado la carrera de Derecho influenciados por sus respectivos padres. La diferencia estribaba en que Jacques, sin embargo, había acabado por amar el ejercicio de la abogacía.

2

Philippe llegó temprano, en un vuelo regular de la compañía Spanair, al aeropuerto de Barcelona, ubicado en la población periférica de El Prat de Llobregat. Después de trasladarse en tren hasta la estación central de Sants y de desayunar un sencillo croissant con café, tomó el autocar que debía trasladarlo al pueblecito costero de Sant Blai de Mar. Philippe pretendía pasar unas semanas en dicha localidad, aun no había decidido cuantas, mientras disponía la manera de encarrilar su vida.

Cuando llegó a su destino, se instaló en un pequeño hotel de clase turista. Ya en su habitación, en el quinto piso de un total de siete, guardó la poca ropa que llevaba consigo en los cajones de una sencilla cómoda y se dispuso a tomar un baño. Después, más relajado, se vistió y se dirigió a una entidad bancaria para solicitar una entrevista con su Director. Luego, desde la misma oficina, telefoneó a su amigo Jacques a su domicilio particular. Philippe esperó unos segundos hasta que la voz del contestador calló y, tras oír el pitido, repitió por dos veces la sucesión numérica que identificaba su número de depósito antes de colgar sin decir ni tan siquiera su nombre. No era necesario.



Philippe regresó al hotel dando un paseo y el resto del día lo pasó tumbado sobre la cama, con el televisor conectado y sintonizando la CNN. En la soledad de su habitación vio como la duda y la incertidumbre le asaltaban sin piedad. Cuando el sol se ocultó, se duchó de nuevo y se vistió informalmente dispuesto a bajar al restaurante, ubicado en la segunda planta del edificio. El hotel estaba bastante lleno, pero la mayoría de los turistas que se alojaban en él no utilizaban el servicio de restaurante para cenar, sino que se desperdigaban por los bares y casas de comida de la población y sus alrededores. Además, un gran número de huéspedes se alojaba en Sant Blai debido a que el precio de la habitación era más barato allí que en la capital, pero la mayor parte del tiempo la pasaban en Barcelona. Por todo ello, a esa hora el comedor se encontraba silencioso y casi desierto. Philippe tomó asiento y esperó al camarero. En cuanto éste se le acercó, pidió una tarrina de hierbas de canónigo con nueces y roquefort, sobre un lecho de patatas horneadas con mantequilla. De segundo reservó un plato de salmonetes frescos a la parrilla con ajo y perejil.

Mientras daba cuenta de la cena, Philippe no pudo evitar fijarse en una mujer a la que encontró sumamente bella.
Estaba sentada a tres mesas de distancia y quedaba medio oculta tras una oronda pareja de alemanes que devoraban ruidosamente sendos platos de ravioli. Al parecer, se encontraba sola, como él, por lo que inmediatamente se sintió identificado con ella. Su semblante era triste, algo ausente, aunque le dedicaba una sonrisa educada al camarero cada vez que éste reponía el agua en su copa. Cuando acabó de cenar y se levantó para abandonar el local, a Philippe aun le faltaba acabar con su pescado. Cuando lo hizo, para postre, tomó un delicioso flan casero y finalizó su ágape, después de años sin hacerlo, con un café. Eve-Marie nunca le dejaba tomar café por la noche. Decía que le perturbaba el sueño.

Philippe subió a su habitación. Pensó que era una buena idea dar un paseo nocturno por Sant Blai antes de irse a dormir, así que, temiendo que la brisa marina hubiese refrescado el ambiente en exceso, se puso un pullover y unos pantalones largos y bajó al vestíbulo. Cuando salió a la calle, mientras estaba detenido en mitad de las escaleras de entrada al hotel, decidiendo si tomaba el camino de la derecha o de la izquierda, la mujer a la que había dedicado furtivas miradas durante la cena pasó por su lado y se detuvo un par de escalones bajo él. Miró su reloj y aspiró el aire crepuscular. Entonces, Philippe se situó junto a ella.

- Parece que nos encontramos ante el mismo dilema -dijo en un español perfecto y sin mirarla directamente.
- ¿ Perdón ? -contestó ella.
- Oh, lo siento -repuso Philippe posando, ahora sí, sus ojos en los de ella. Eran preciosos.
- Me refiero a que me disponía a tomar un paseo, pero no sabía si ir hacia un lado o hacia el otro y al verla, bueno, me ha parecido, es decir, he supuesto..., en fin, déjelo.
Philippe se sentía tan hechizado que comenzaba a ser traicionado por sus nervios.

- No -sonrió ella-, si tiene razón, a mi me estaba ocurriendo lo mismo.
La situación le parecía divertida. Nadie la había abordado nunca con una excusa tan tonta. Inmediatamente se sintió intrigada por el proceder tan poco habitual de aquel hombre.

- Pues si es así, se me ocurre que podríamos tomar los dos la misma dirección -propuso Philippe-. Le dejo escoger.
- Bien, ¿ hacia la izquierda entonces ? -preguntó.
- Por mi, perfecto -contestó él, y añadió-. Por cierto, me llamo Philippe.
Ella dejó pasar unos segundos antes de contestar.
- Encantada Philippe -dijo al fin-, yo me llamo Gemma.

2 comentarios:

Lai dijo...

33. Cambiando como no de nuevo el tema, tócale ahora al Philippe. Me gusta la valentía acojonada del tipo este.
Debió de leer mucha novela negra el señor autor.
¿Por qué la mayoría de la peña cree que las mejores y más fuertes amistades se hacen en la mili?
“…pidió una terrina de hierbas de canónigo con nueces y roquefort, sobre un lecho de patatas horneadas con mantequilla. De segundo reservó un plato de salmonetes frescos a la parrilla con ajo y perejil…”
Doy fe de su exquisitez. Bien elegido.
“pullover” Cuanto tiempo sin oír esta palabreja.
Ooooooooooooooooooooooooh que potito es el amor…………

King Piltrafilla dijo...

Me alegro de que le guste.