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"I'm laying awake at night, I can't get you out of my mind". Rob Halford expresaba su añoranza por alguien cuando Gerard apagó la radio del coche y aparcó frente a su casa. Lo había decidido. Había llegado el momento de ponerse en contacto con Elena. Era consciente de que se encontraba en un callejón sin salida y no podía avanzar sin que aquella desconocida le proporcionase las pruebas de la implicación de Alejandro Romero en la manipulación de las facturas.
Cuando entró en casa, Anna se había lavado ya la cara en un intento de disimular los rastros que su llanto le había dejado en las mejillas. Gerard, como hacía siempre al regresar del trabajo, la abrazó.
- ¿ Te pasa algo ? -le preguntó mientras se dirigía hacia el dormitorio.
- Nada -respondió ella -, ¿ por que ?
- Te noto rara, como triste.
- Es que estoy muy cansada.
- Pues anda que yo -dijo él-. Hoy ha sido uno de esos días en los que, aparentemente, no hay más trabajo que otros, pero que cuando lo acabas estás mucho más cansado.
Gerard cambió su ropa de calle por un chándal más cómodo y, cuando iba a colgar su chaqueta, advirtió que el papelito en el que había tomado nota del teléfono de Elena, no estaba en el bolsillo interior. Viendo como le atacaba un creciente sentimiento de impotencia, buscó en los otros bolsillos. Pero nada. Luego buscó en el pantalón. Lo mismo. Era irremediable, había perdido la nota. A Tomás no podía llamarle, hacía un par de días que le había llamado para despedirse. Al parecer iba a dedicar sus vacaciones, un par o tres semanas, a recorrer el sur de España con unos amigos. Así pues, ¿ que iba a hacer ahora ?. Por fin había reunido fuerzas para llamar a Elena y no estaba dispuesto a retrasar algo que, de salir bien, debía reportarle un merecido ascenso.
Anna, que asistía, a punto de reventar de ira, a la febril búsqueda de su marido, tragó saliva.
- ¿ Que buscas cariño ?
- Un papelito que llevaba en la chaqueta, no sé, se me debe haber caído en algún momento.
- ¿ No será éste ? - preguntó, fingiendo indiferencia mientras le tendía el Post-it a Gerard.
- Menos mal -exclamó dejándose caer sobre la cama y respirando aliviado.
Gerard cogió la nota de manos de su mujer y la dejó en el cajón de la mesilla.
Por cierto -dijo Anna-, ¿ quien es Elena ?
Gerard se incorporó y se levantó de la cama. Besó a su esposa y, conduciéndola fuera de la habitación, le mintió contándole lo primero que le vino a la cabeza.
- Es una epleada de un centro oftalmológico con el que debo confirmar unos datos acerca de unas facturas que nos presentaron la semana pasada.
Anna, si cabe, se encolerizó aun más al oír tamaña falacia. Ni se le ocurrió preguntar acerca de los corazones dibujados. ¿ Para que ?, se veía a la legua que Gerard no era sincero.
- ¿ Que hay de comer ? -preguntó él con rapidez, más que nada, para cambiar de tema lo antes posible. Sabía que hacía mal mintiendo, pero no quería comentar con nadie, y eso incluía a Anna, aquello en lo que estaba metido hasta no tener todos los ases en la mano.
- Pollo al hormo marinado, con patatas inglesas gratinadas con mantequilla -respondió Anna alejándose hacia la cocina-. Ya casi debe estar.
Gerard, demasiado preocupado en disimular su nerviosismo y sentimiento de culpabilidad, no advirtió la extrema tirantez que se dibujó en el rostro de su esposa. Lo que había sacado a Anna de sus casillas, aunque intentaba no exteriorizarlo y mantener la compostura, era la luz que había aparecido en los ojos de Gerard cuando había descubierto que, por suerte, no había extraviado la nota con el teléfono de Elena.
El matrimonio comió en silencio, solo perturbado por un par de comentarios superficiales acerca de alguna de las noticias que se emitían por televisión. En realidad, nada diferenciaba a ese día de los anteriores en cuanto a su comportamiento en la mesa.
Cuando acabaron de comer, Anna se despidió de Gerard, como cada tarde. Por culpa de su horario de trabajo, debía dirigirse sin demora hacia la estación de autobuses, en donde cogía el que la conducía a los estudios de televisión. Como era habitual, media hora más tarde, después de recoger la mesa y fregar los platos, Gerard acostumbraba a coger de nuevo su coche y se dirigía a la oficina para completar sus ocho horas en la mutua. Pero hoy no iba a fregar los platos, ya inventaría alguna excusa para explicárselo a Anna por la noche. Hoy iba a realizar una importante llamada.
Esperó a que pasasen unos diez minutos desde la salida de su esposa y marcó el número de Elena. Cuando ésta descolgó el auricular, Gerard se identificó. La mujer no pareció sorprenderse. Era como si llevase tiempo esperando a que, por fin, alguien tuviese la valentía de dar al traste con el negocio oculto de su marido. No obstante, se mostró algo reticente a aportar documentación alguna para apoyar la información que Gerard poseía. Y e que una cosa eran sus deseos de actuar contra su marido y otra muy diferente el miedo a posibles represalias si éste llegaba a enterarse de su traición. Pero Gerard no se dio por vencido e insistió. No estaba satisfecho con la información recibida, de hecho no necesitaba de Elena para demostrar que un montón de facturas, presentadas a la mutua para su compensación, eran falsas. Lo que él quería era llegar a la fuente del fraude.
- ¿ Sabes algo de Tomás ?- preguntó ella, cambiando de tema.
- Está de vacaciones, pero seguramente te llamará cuando regrese. Me habló muy bien de ti.
Gerard mintió. Últimamente se estaba convirtiendo en todo un experto. En realidad, si una cosa sabía de su amigo era que Elena ya no existía para él. De no ser por lo que ésta le explicó, su recuerdo hubiese muerto para Tomás la misma tarde de su fugaz encuentro, y consiguiente polvo, en la correduría de seguros.
- Elena, por favor - dijo Gerard volviendo sobre el tema-, piénsatelo. Se trata de algo muy importante y, sin la aportación de pruebas concluyentes, no podré hacer nada. Mira, toma nota de mi teléfono y si te lo piensas me llamas.
Entonces le dio su número, pero parecía que Elena estaba determinada a no colaborar. Gerard no obtuvo más respuesta que el chasquido de desconexión de la línea.
Sin embargo, días después, un sábado por la mañana para ser exactos, Gerard se había acabado de duchar cuando el timbre del teléfono interrumpió el silencio que reinaba en el comedor.
- Yo lo cojo.
Anna descolgó. Una voz de mujer, bastante nerviosa al parecer, y que no quiso identificarse, preguntó por Gerard. Anna llamó a su marido y él no tardó en aparecer enfundado en su albornoz.
- ¿ Quien es ?
- No sé, no me ha querido decir su nombre -dijo, y le acercó el auricular con desgana, antes de dirigirse al cuarto de baño y encerrarse, echando el pestillo, para poder llorar desconsoladamente en la intimidad. Su desconfianza hacía acto de presencia una vez más. Allí, sentada al borde de la bañera, rodeada de vapor caliente, Anna se dio cuenta de que estaba enferma de celos. No era normal que le atacase el llanto por culpa de una llamada. Podía tratarse de cualquiera, ¿ por que tenía que pensar que su marido la engañaba ?.
Cuando Gerard colgó, no podía sentirse más feliz. Elena había decidido darle las pruebas que necesitaba. Hablando entrecortadamente, había querido concertar una cita para esa misma tarde, lo que era del todo imposible ya que faltaban pocas horas para que él y Anna saliesen a pasar un largo fin de semana en casa de un amigo. Cuando Gerard se lo comunicó a Elena, ésta, sollozando, se ofreció para desplazarse a donde fuese necesario. Era de suma importancia para ella que el dossier que había preparado estuviese en manos de Gerard ese mismo sábado. Así pues, organizaron un encuentro para esa misma noche, en la población de Tárrega. Gerard escogió un punto céntrico, de fácil localización incluso para alguien que nunca hubiese estado allí con anterioridad. Elena, que conforme avanzaba la conversación, parecía tranquilizarse, le aseguró que sabría encontrarlo. Así pues, convinieron que la cita tendría lugar en la franja horaria entre las diez y las once de la noche. Cuando se despidieron, Gerard colgó notando como su pulso se aceleraba.
Poco después, Anna salió del baño, envuelta en una toalla y con los cabellos húmedos y sueltos.
- ¿ Quien era ? -preguntó.
- Nadie -contestó Gerard desviando la mirada-, es decir, nadie importante. Una mutualista que no se cómo ha podido obtener mi número particular. Le he dicho que me llame el lunes a la oficina.
Anna fingió que la contestación había satisfecho su curiosidad y se encaminó hacia el ventanal de la terraza.
- Mierda -pensó Gerard de inmediato. Se había equivocado al escoger una evasiva tan estúpida, pero no estaba para respuestas ingeniosas. Solo quería acabar con todo aquello, dejar de mentir y darle una alegría a su esposa contándole la historia entera.
- Parece que tendremos buen tiempo este fin de semana -dijo ella mirando hacia el cielo.
- Pues a vestirse -respondió Gerard mientras entraba a saltos en la habitación y tiraba el albornoz sobre la cama-, que nos vamos.
3 comentarios:
Anna sin poder apartar de su mente un posible desliz matrimonial de Gerard y éste pensando en sacar información a Elena, abstraído, nos encontramos en un punto crucial, una escena que debería ser abrasadora al estilo Tennesse Williams, pero… paso transversal para mi gusto, en una mezcla de melodrama infantil, aunque le aseguro que en verdad nos comportamos así.
Lo que me remata es el : “Pollo marinado al horno, con patatas inglesas gratinadas al horno con mantequilla”.
- Me encanta la expresión: “patatas inglesas” para referirse a patatas fritas, hacía ya tiempo que lo había olvidado
- En serio: ¿Cree que alguien en su buen juicio, mujer, mediterránea, iba a cocinar semejante plato?
- Comen, ven la tv, para más inri las noticias… ¿seguro que no son ingleses este par…?
Conversaciones telefónicas, en un intento de mantener la excitación, no sirve de mucho, incluso la tensión se me hace inverisímil, llegado a este punto, yo, tiro a Anna por el ventanal bajo ese cielo azul para puteo de Gerard por “tonto el haba”.
Caramba, qué duro es usted con mi opera prima -muy prima- iniciática en esto de inventar historias.
Pero si le va la marcha más que a un chino el pay-pay
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