martes, 15 de noviembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo cuarto (II)


5

Esa tarde en particular, Louis se dirigió al Vídeo Club del Fnac de Les Halles. Uno de los dependientes, gran amigo suyo, le había avisado el jueves anterior de la inmediata recepción de la versión subtitulada al francés del film "Más bonita que ninguna".
Sin embargo, cuando Louis llegó al establecimiento, constató con desilusión que la cinta aún no había llegado. Pero, ya que estaba allí, Louis se dedicó a charlar animadamente con su amigo de, como no, Gracita Morales y sus películas. Cuando abandonó el Fnac, una mujer elegante, de mediana edad, le abordó en la acera.

- Disculpe señor -se dirigió a un sorprendido Louis-, la verdad es que no he podido evitar oír parte de su conversación en el interior.
- No se disculpe -respondió él, con amabilidad pero intrigado-, seguramente mi pasión por el tema del que hablaba me ha hecho subir el tono de voz de manera que lo imposible hubiese sido no oírme. Quizás sea yo el que deba pedirle perdón.
- Oh no, por favor. Lo que quería decirle -continuó la dama- es que a mi también me interesa mucho el cine español, en especial el de los años cincuenta, y lo cierto es que no tengo muchas ocasiones de compartir esa afición. Por eso, cuando le oí, bueno...
- Señora -le interrumpió Louis, mientras cogía la mano de su interlocutora con delicadeza y se la acercaba a los labios inclinando respetuosamente la cabeza-, no diga usted más. Aquí tiene a un amigo con el que compartir su afición, Louis Quintana. A sus pies.
- Vaya -dijo ella sonrojándose-, debe usted pensar que soy una atrevida.
- De ninguna manera -Louis no le soltaba la mano, y a ella parecía no importarle.
- Lo que si soy es una maleducada. Tanto hablar y aún no me he presentado. Me llamo Catherine.
- Es un placer -respondió Louis soltándole finalmente la mano y sintiendo como una idea febril se formaba en su cerebro y se desarrollaba con inusitada celeridad.

Su nueva amiga desconocía que, además de las artistas del cine español, Louis tenía otro ídolo. Éste, aunque de menor importancia en el terreno artístico, resultaba sensiblemente superior en lo pernicioso de sus influencias. Se trataba de Henri-Desiré Landrú, quien había fallecido en Versailles a principios del siglo veinte, guillotinado como castigo por los múltiples asesinatos que había cometido.

El tal Landrú, gracias a su porte distinguido y a una exquisita educación, había seducido y, posteriormente, quitado la vida a una ex empleada del hogar, a una ama de casa, a una echadora de cartas del tarot, a dos costureras y a la regenta de una casa de citas. Todas ellas se encontraban en estado de soltería o viudedad en el momento de su violenta defunción. Cuando el individuo fue al fin detenido gracias a las pistas proporcionadas a la Policía por algunos ciudadanos anónimos, en su domicilio encontraron varias fotografías y objetos personales pertenecientes a sus víctimas. La principal prueba incriminatoria, sin embargo, fue un pequeño librito de tapas negras en el que, a modo de macabro diario, Landrú había ido apuntando minuciosamente los detalles de cada una de sus conquistas. Más tarde, tras un exhaustivo examen de su vivienda, se encontraron dientes, un cráneo humano, pedazos de huesos, alfileres de cabello, una ballena de corsé y una liga, todo ello enterrado a poca profundidad en su jardín. Ulteriores pesquisas permitieron localizar los cadáveres descompuestos y mutilados, en mayor o menor medida, de la mayoría de las desdichadas que habían perdido la vida a manos de Landrú.

- ¿ Aceptaría visitar mi casa ? -preguntó Louis ofreciéndole su brazo a Catherine-, podríamos ver alguna película mientras tomamos un té. También tengo unas excelentes galletitas danesas.
Catherine aceptó la propuesta. Louis no era extremadamente guapo. Era alto, eso sí, pero ligeramente cargado de hombros. Delgado, calvo, y poseedor de unos ojos inundados en tristeza. Sin embargo, resultaba atractivo. Sus maneras, el trato gentil y educado que dispensaba a las damas y su elegancia en el vestir le convertían en un individuo apetecible para muchas mujeres que carecían del amor de un hombre y, también hay que decirlo, no eran precisamente un modelo de belleza.

6

Cuando la pareja llegó a casa de Louis, éste condujo a su invitada hasta el salón. Catherine, nada más ver la extraña decoración que saturaba las paredes de la estancia, no pudo evitar que se le escapase la risa.

- Pero bueno -dijo mientras sonreía burlonamente, aunque sin malicia-, sin duda es cierto. Estás loco por Gracita Morales.
Louis creyó haber notado que Catherine había puesto un énfasis especial en la palabra "loco", y eso no le gustó en absoluto.
- Ya ves. Oye, ahora vuelvo, ponte cómoda -dijo, dedicándole una media sonrisa de compromiso y fingiendo no haberse molestado por el comentario.

Mientras su anfitrión estaba en la cocina preparando el té, Catherine se dispuso a estudiar con detenimiento el gran número de fotografías enmarcadas que descansaban sobre la cómoda y mesitas auxiliares del salón. Advirtió que, entre las muchas de Gracita, había también las de otras actrices y cantantes. De éstas últimas creyó reconocer a Raquel Meller, la segunda en lista de preferencia a tenor del número de imágenes que habían. Cuando Louis entró en el salón portando la bandeja del té, reparó en que Catherine se había detenido frente a una instantánea en particular.

- Veo que has reconocido a Raquel Meller.
- Ah, estás ahí -se sobresaltó ella-, la verdad es que no estaba segura. ¿ Es ella ?
Louis dejó la bandeja sobre la mesita del tresillo y se acercó a su colección de discos antiguos. Cogió un desgastado vinilo de 33 r.p.m. y lo colocó sobre el plato del giradiscos, dejando que la música comenzase, antes de responder a su invitada.

"Flor de té, es una linda zagala que a este valle ha poco llegó. Nadie sabe de donde ha venido, ni cual es su nombre, ni donde nació...."

- Sí, es Raquel Meller -dijo al fin.
- ¿ También actuó en cine ?
- La verdad es que hizo unas cuatro o cinco películas, pero creo sinceramente que no era lo suyo. El cine mataba su capacidad de improvisación. Mi devoción, realmente, es para la Meller cantante.
Catherine se fijó en una pequeña fotografía.
- Y esta, la corista vestida de javanesa, ¿ también es ella ?
- No, pero sin duda tiene relación.
Louis cogió con suavidad las manos de Catherine y las atrajo hacia su boca, por segunda vez ese día, para besarle los nudillos.
- Siéntate -le dijo, y comenzó a relatar, henchido en un pedante empaque de falso erudito, la historia relacionada con aquella imagen.



- En esa época corrió el rumor, y créeme que solo fue eso, ya que las hipótesis que se barajaron fueron de lo más rocambolesco, que la conocida espía Margeritte Van Zelle...
Catherine le interrumpió.
- ¿ Conocida ?
Louis sonrió complacido.
- Bueno, la mayoría de la gente la conoce por el novelesco y misterioso sobrenombre de Mata-Hari.
Catherine asintió y Louis prosiguió su relato.
- Pues, como te decía, existía una versión oficial que indicaba que el escritor Enrique Gómez Carrillo, de tendencias claramente filogalas, casado en segundas nupcias con la Meller, se había hecho amigo de Margeritte de común acuerdo con las autoridades francesas, con el fin de conducirla engañada hasta el mismísimo patíbulo. Sin embargo, según el folletinesco rumor, lo que había conducido a la detención de la espía había sido la delación de ésta por parte de Raquel Meller, presa de un arrebato de celos, quien creía firmemente que Mata-Hari había seducido a su esposo.

Louis tomó un sorbo de té sin dejar de observar la fotografía.
- Y así fue como la sociedad española de la época, en especial las capas más bajas, se vio estremecida por la polémica vida de la corista y espía holandesa y tomó partido. La necesidad de encontrar unos culpables que expiasen la desgracia de Margeritte provocó que el rumor que te he contado no tardase en extenderse, dando como resultado que el escritor y la cantante barcelonesa fuesen calumniados y sufriesen la animadversión de un gran número de ciudadanos. Por eso conservo esa foto junto a la de Raquel Meller.

Catherine, después de atender a las explicaciones de su anfitrión, quien en ningún momento la miró a sus ojos mientras se dirigía a ella, y en vista del poco tranquilizador ambiente que se sentía flotar en aquella especie de santuario kitsch, decidió que ya había pasada suficiente tiempo con Louis y que lo más acertado era marcharse de allí.

- Que interesante -dijo-, pero es una lástima. El té está delicioso y tu compañía me ha resultado de lo más agradable, pero no puedo quedarme más tiempo.
- ¿ Que ocurre ? -preguntó Louis, viendo la preocupación reflejada en el rostro de Catherine-, ¿ es por algo que he dicho ?.
- No, no, de ninguna forma -respondió ella nerviosamente, a la vez que se levantaba y tomaba el camino hacia el recibidor-, has sido un encanto, pero se me ha hecho tarde más rápido de lo que pensaba. Quizás otro día podremos vernos de nuevo.

Pero Louis no estaba dispuesto a pasar por alto tamaña ofensa. Catherine no debía salir de aquella casa. Y así ocurrió. De hecho, la pobre no pudo ni alcanzar el pomo de la puerta. Antés de ello, Louis corrió tras ella y le asestó un tremendo golpe en la cabeza con una imagen en cerámica de la Virgen de Lourdes. Catherine, inconsciente, cayó de bruces contra el suelo. El impacto de su cara contra las baldosas le fracturó la nariz y, tanto de ésta como de la herida del cráneo, comenzó a manar abundante sangre. Louis esperó inmóvil y excitado hasta que la hemorragia provocó un paro cardíaco a su víctima. Entonces, se dirigió al salón, sacó una chincheta de uno de los cajones de la cómoda, y escogió un pequeño retrato de Gracita Morales. Luego, regresó al recibidor, le dio la vuelta al cuerpo aún tibio de Catherine y clavó la fotografía en la frente del cadáver. Y allí mismo, en el suelo del recibidor, sobre un charco de sangre viscosa, Louis poseyó el cuerpo sin vida de aquella infortunada.

No era la primera vez que mataba, y había mantenido relaciones sexuales con todas sus víctimas, pero éstas se habían dado siempre con el consentimiento previo de las mujeres a las que había atraído a su hogar. Luego las acuchillaba o estrangulaba. Así pues, éste había sido su primer acto de necrofilia. No sabía que era lo que le había empujado a hacerlo, pero Louis no podía negar que el acto le había dejado extrañamente satisfecho.

Esperó a que oscureciese por completo y envolvió el cuerpo inerte de Catherine con una alfombra. Bajó a la calle utilizando el ascensor y se dirigió hacia su coche haciendo un gran esfuerzo, con el bulto cargado sobre los hombros. El antiguo Citroën GS no estaba aparcado lejos, y a esa hora existían pocas probabilidades de tropezarse con alguien. No obstante, extremó las precauciones. Cuando llegó junto al vehículo, abrió el portaequipajes y depositó el cadáver en su interior. Luego, regresó a casa. Quizás era la edad, pero lo cierto es que se encontraba mucho más cansado que en otras ocasiones. No tenía ningunas ganas, pero sabía que ahora tendría que limpiar del piso todo rastro de sangre o violencia. Ya descansaría al día siguiente, después de conducir hasta su pequeña casa de veraneo en Saint Denis, un edificio de dos plantas, afectado por la humedad y rodeado por un extenso y poco cuidado jardín devorado por la maleza.

1 comentario:

Lai dijo...

16. La dichosa película hube de verla ya con ciertos añitos por prescripción familiar –impuesta-, algo que aconsejaría a quienes se dediquen a hacer cantar a la “peña”.
El tal Louis es un peligro social, todo un psicópata, pues no sé como tildar a un seguidor del asesino de mujeres Henry Desiré Landrú, claro que siendo calvo, cargadito de hombros de mirar triste… en fin… cualquiera buscaría amigos en las alcantarillas… y… ¿Vd. Sr. escritor, le permite ligar? Bueno, bueno, bueno, lo que hay que leer…
Ayer me acorde de la dichosa novela por entregas al pasar por la calle de Raquel Meller, no pude sacarme de la cabeza tamaña coincidencia , todo un entretenimiento al regresar a casa durante unos cuantos minutos.
La Meller y Mata-Hari en un mismo folletinesco rumor… ¡Como se pasa!
(Risas) Me gusta dejar a los personajes que sufran, con la miel en los labios, el ligue se va y Louis queda solo… ¡hala!, otro giro y se la carga con chincheta y todo en la frente se la cepilla…
Siempre me he preguntado: ¿cuántos muertos guardarán los puñeteros jardines ingleses? Y este es francés ¡Mon Dieu!
Buen finde!