sábado, 21 de mayo de 2011

Richardus DIECINUEVE (II)

En ese momento de la narración, Omar se detiene y presta atención a algo que ha oído en el exterior de la tienda.
- Yo también lo he oído –le calmó Richardus-, solo era un pájaro.
- ¿Está seguro?
- Por supuesto, ¿olvida que trabajo en National Geographic?
El comentario jocoso sosegó al pastor, que prosiguió con sus explicaciones.
- La pena –continuó- es que ese exterminio de nuestra cultura y nuestra identidad se produjo en ocasiones gracias a la complicidad de nuestro propio pueblo, que veía como gracias a las nuevas infraestructuras, su economía disfrutaba de un leve incremento.
- Silencio a cambio de pan –añadió Richardus.
- Ni más ni menos. Pero no todo le iba a salir bien al Gobierno. En los años 70, un joven grupo de estudiantes, idealistas románticos con la mochila cargada de ilusión y buenas intenciones, decidió reivindicar el orgullo de la identidad como pueblo de la sociedad kurda. Así germinó la semilla del PKK, las siglas del Partido de los Trabajadores Kurdos.
- Y su líder era Abdullah Oçalan.
- Si no el líder –puntualizó Omar-, sí el miembro que disfrutaba de mayor carisma. Oçalan estudiaba ciencias políticas y, además de haber fundado una agrupación antifascista en la universidad, ya hacía cierto tiempo que se dedicaba a exponer diversas ponencias con el problema kurdo como tema central. Otros estudiantes de ese grupo, jóvenes como Kemal Pir o Hakki Karea, se dedicaron a organizar actividades que no tardaron en generar un extremo nerviosismo entre los jerifaltes del MIT, el servico secreto turco, que dio como primer resultado el asesinato de Hakki. Es en ese momento cuando se constituye oficialmente el PKK. El Gobierno, entonces, intenta reprimir militarmente el creciente movimiento social iniciado por Oçalan y sus amigos. Eso obliga al partido a tomar las armas como único medio posible de autodefensa. Pero aunque esa es la cara que se muestra internacionalmente, no te creas que el único problema que existía por entonces en el país eran los kurdos ¿sabes?
- Lo sé. También se daba una preocupante recesión económica, cosa que traía consigo un inevitable aumento de la pobreza.
- Exacto, terreno abonado para que el ejército diese aquel golpe de estado que vergonzosamente respaldó la CIA, ¿sabía eso, no?
Richardus lo sabía perfectamente, pero se limitó a poner cara de póquer.
- ¿ No se lo cree?, pues puede hacerlo. Veían lo que estaba pasando en Irán y tuvieron miedo, así que movieron ficha y a partir de entonces todo fue a peor. La Junta Militar se consolidó al frente de la nación, un grupo armado dirigido por Kemal Pir se organizó en el Líbano, y miles de kurdos fueron encarcelados, torturados y exterminados en su propia tierra. Todo ello obligó al PKK a redefinir sus objetivos y reconvertirse mientras observaba como grandes poblaciones de kurdos no integrados en el partido, emigraban y se instalaban en Europa, sobretodo en Escandinavia y Alemania.

En 1984, dos años después del asesinato en prisión de Kemal y otros fundadores del PKK que finalmente habían sido arrestados, el partido comenzó, obligado por los acontecimientos, a combatir al gobierno militar con acciones de guerra.
- O sea, que se convirtieron en terroristas –apostilló Richardus.
- ¡Nada de eso!, eran la última línea de defensa del pueblo kurdo –gritó Omar, perdiendo la compostura por primera vez en toda la tarde, algo de lo que enseguida fue consciente-.
- Lo siento –se disculpó-, no debía haber levantado la voz.
- No se preocupe. Me gusta la gente que expone sus ideales con vehemencia. Es señal de que siente de verdad aquello que defiende.
- Ya, pero a veces no es recomendable dejarse llevar por la pasión.
- Déjelo ya. ¿Que le parece si descansa un poco y salimos fuera a respirar algo de aire puro?
- De acuerdo, pero repito que lo siento. No puedo hacer otra cosa, siempre me hierve la sangre cuando se identifica a mi pueblo con vulgares terroristas.
- Eso –dijo Richardus saliendo de la khaima y notando la brisa aún cálida en su rostro- cuando no se les tacha de simples traficantes.
- Otra falacia –replicó el pastor, dándole un puntapié a un guijarro que provocó la huída de una asustada lagartija.

Richardus clavó sus ojos en los de Omar, quien se dio cuenta de inmediato que debía matizar sus palabras. Una cosa era hacer una encendida defensa de los valores originales del PKK y otra muy diferente negar la evidencia.
- Es decir, a ver si nos entendemos. Es cierto que el PKK está algo implicado en el tráfico de estupefacientes, pero la mayor cantidad de la heroína que fluye desde Afganistán y Pakistán hacia Europa está controlada por mafias turcas, enemigas a muerte del PKK y con lazos de unión muy estrechos con el gobierno. Pero, ¡ah amigo!, Turquía es un aliado, un amigo de los Estados Unidos a quienes la nación cede su territorio a modo de gigantesco portaaviones a las puertas de Oriente medio. Por eso nadie en Occidente levantará nunca su mano en favor del pueblo kurdo.
- Ya, pero no se puede negar –añadió Richardus-, tú mismo lo has aceptado, que si bien el gobierno turco exagera en el tema, algo de responsabilidad en la entrada de heroína en Europa es del PKK, ¿o es que no recuerdas el caso de Bechet Çanturk, al que llamaban el Pablo Escobar turco?
- Sí –contestó Omar a regañadientes-, en parte tiene razón. Pero, ¿què mueve el PKK?, ¿el veinte, el veinticinco por ciento de la droga que pasa a través de Turquía?
- O el treinta por ciento –corrigió Richardus.
- Vale, lo que quiera usted. Pero si nos vamos a poner a recordar, fue mucho peor el escándalo de las muertes de 1996 en Susurlik. ¿Sabe quien era Abdullah Çatli?, un antiguo integrante de los Lobos Grises, un grupo de ultraderecha. ¿Y sabe por qué aparecieron muertos él y Hussein Kocadag, ex-subdirector de la policía de Estambul, en el automóvil de éste último?
Richardus se encogió de hombros.
- Por de pronto, Çatli ya había pasado por prisión en Francia acusado de tráfico de drogas. Se sabe, aunque evidentemente no existen pruebas, que colaboraba habitualmente con el MIT y que el Estado pagaba sus servicios con heroína. Es decir, mi querido Donaldson, que tal como funciona este país y dada la acuciante necesidad de conseguir recursos con los que poder financiar su obra social, el PKK no tuvo otro remedio que meterle mano al pastel. Y sí, es cierto, el PKK trafica, pero infinitamente menos que las propias autoridades que se benefician sin rubor de un negocio que se desarrolla en las alcantarillas del mismísimo Estado mientras sus aliados en el mundo Occidental miran hacia otra parte. Además, el problema de la droga en Turquía no es de ahora, viene de antiguo, mucho antes de la existencia del PKK. No en vano, durante los años 60 y principios de los 70, Anatolia fue el origen de la llamada French Connection, ¿recuerda la película?. Ya sabe, Fernando Rey, Gene Hackman..., trataba sobre eso precisamente, el opio que pasaba por Córcega o Marsella para ser procesado y enviado a Nueva York. Todo salía de aquí, y las autoridades, por supuesto, estaban en el ajo. Y lo siguen estando. En lugar de combatir el delito, se han enriquecido con creces a base de las ganancias que los criminales que se han asociado con ellas han conseguido, a cambio todo ello de que se les proporcionase inmunidad en este país de régimen autoritario que simula ser una moderna democracia cuando le interesa, pero que no para de cometer actos que bordean o traspasan manifiestamente la legalidad.


Richardus dejó transcurrir unos segundos antes de hacer comentario alguno. El sol se estaba empezando a aproximar al horizonte, y tardaría muy poco en ocultarse tras el perfil de las montañas. Y si el calor durante el día había sido poco menos que asfixiante, el frío que acostumbraba a acompañar la llegada de la noche por aquellos pagos era mucho peor. Se preguntó como sería disfrutar del crepúsculo entre las ruinas del Hierotheseion junto a la joven de ojos de miel y tetas grandes que le alquiló el Toyota. Luego, intentando apartar aquella idea de su cerebro, miró fijamente a Omar y le preguntó algo que hacía rato que le intrigaba, aunque suponía la respuesta y, con ella, la razón por la que su contacto en Estambul le había recomendado a este hombre para discutir sobre el pueblo kurdo.
- ¿Y como es que un simple pastor de ovejas sabe tanto de los entresijos del Estado?
Omar profirió una carcajada.
- Bueno –contestó-, no todos los universitarios que fuimos detenidos a principios de los 90 fuimos encarcelados o asesinados por el MIT. Algunos conseguimos huir. Por otra parte, habrá visto que tengo televisión y, si busca un poco tras los matorrales que sobre aquella enorme roca, verá un generador y una antena parabólica.
Richardus asintió y miró hacia el cielo, increíblemente limpio, teñido de tonos anaranjados y bermellones. Ya había oído bastante. Por supuesto, la visión que de ciertas cosas tenía Omar no había interferido en su determinación, que no era otra que la de finalizar con éxito su misión. Pero las explicaciones de aquel activista reconvertido en pastor ovino le habían aportado nuevos elementos de juicio que jugaban a favor de su voluntad de abandonar de una vez por todas la vida de mentiras e intereses bastardos en la que estaba inmerso. De momento, no obstante, todavía no había dado el paso. No, de momento seguía siendo un asesino, un excelente profesional que no podía permitirse dejar cabos sueltos.

- Voy a matarte Omar –dijo de pronto.
El pastor dio un respingo y, sin dar crédito a lo que acababa de oír, se giró hacia Richardus. El pánico se reflejaba en su cara.
- Usted no se llama Donaldson, ¿verdad?
- Te prometo que no sufrirás dolor alguno –exclamó Richardus como única respuesta.
Omar comenzó a temblar y se arrodilló ante su ejecutor.
- Tampoco eres periodista, ¿no es así?. ¿Quien eres?
Richardus sacó del bolsillo exterior de la mochila su Smith & Wesson modelo 60, y apoyó su cañón en la frente del pastor, respondiendo a la vez que su índice se preparaba para apretar el gatillo.
- En realidad, hace tiempo que ni yo mismo lo sé.
- ¿Y todo este interrogatorio, a qué ha venido? –Omar clavó sus ojos, enrojecidos por el miedo y la rabia a partes iguales, en los de su ejecutor.
- Quizás... –Richardus dudó-, puede ser que esta vez haya querido saber antes lo que se siente desde el otro lado.
- No lo entiendo.
Richardus seguía con la pistola apuntando al cráneo del pastor.
- Soy un asesino, Omar. Me pagan, me dicen a quien debo matar o ayudar a hacerlo, y yo lo hago, sin más, sin importarme qué es lo que la víctima ha hecho o por qué resulta molesta para aquellos que me han encargado la misión. No siempre ha sido así, ¿sabes?. Al principio, yo...
Richardus se quedó en silencio por unos segundos.
- Pero ya es igual, ¿qué mas da?
- ¡No me mates! –suplicó Omar-. Si me perdonas, me consideraré en deuda contigo para siempre.
- Lo siento, pero no puedo dejarte con vida.
- ¿Por qué no?, ¿qué te lo impide? –Omar luchaba por arrancar una pizca de compasión del alma de Richardus.
- En breve ocurrirá algo, algo que no será de tu agrado y que en seguida sabrás que he tenido algo que ver con ello.
- Ya, pero si ni tan solo sé quien eres.
- Pero has visto mi cara, y con eso basta para que no sea seguro dejarte con vida. Si he llegado a mi edad ha sido por salvaguardar siempre mi identidad.
- Te juro por lo más sagrado que nunca contaré nada sobre ti –suplicó Omar.
Richardus seguía sin apretar el maldito gatillo. Nunca le había pasado algo así. ¿Qué le estaba ocurriendo? Mala cosa era comenzar a mostrar debilidad a estas alturas, justo antes de llevar a cabo el encargo más importante de su vida. Tenía una reputación y una importante misión que cumplir. No podía permitirse cometer ningún error.
- No lo hagas, por lo que más quieras –sollozó Omar desesperado-. ¿Tienes hijos?, ¿qué crees que pensarán ellos de ti?
Era extraño. ¿Qué había inducido a aquel pastor a preguntarle algo así?. De todas maneras, ya no tenía importancia.

El estallido auyentó a una bandada de cuervos que volaron despavoridos en varias direcciones, y los ecos del disparo vagaron entre las cumbres de la cordillera del Nemrut durante segundos. Richardus sudaba como nunca antes lo había hecho. Antes de regresar, dedicó un rato a eliminar su rastro. Le prendió fuego a la khaima y volvió sobre sus pasos por los mismos senderos ocultos que le habían conducido a Omar. Cuando llegó al cruce con el camino que llevaba a la cima del Nemrut Dag, estuvo tentado de trepar hasta la cumbre. Pero desistió. El sol ya había desaparecido tras el horizonte y el sofocante calor diurno era ya solo un recuerdo. Pronto, el aire se tornaría gélido, y Richardus no quería pasar frío. Además, mirar las estrellas desde el Hierotheseion no era la razón que le había llevado allí. Quizás en el futuro, como un simple turista, podría regresar.

El Toyota abandonó Nemrut a gran velocidad en dirección a Kahta. Horas después quedaría aparcado en el aeropuerto Adi Yaman, donde Richardus tomó el avión que le llevó a Estambul de nuevo. No fue un vuelo tranquilo. Durante todo el trayecto su cuerpo se resintió del esfuerzo físico hecho en las montañas. Ya no estaba preparado para esos trotes. Por otra parte, no dejó de darle vueltas a lo que había hecho y a la operación en la que estaba a punto de participar. Evidentemente, no era la primera vez que se iba a involucrar en algo en lo que no estaba de acuerdo al cien por cien, ocasiones en las que el dinero era suficiente razón para justificar su lealtad. Ahora era diferente.

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