domingo, 19 de septiembre de 2021

Metropolis (1927)


La película de la que os quiero hablar hoy es una de esas que hay que ver una vez en la vida de manera obligatoria, ni más ni menos que Metropolis, de Fritz Lang. Por si no lo sabéis, fue la primera película que la UNESCO incluyó en el registro documental Memoria del Mundo por lo que si no la habéis visto ya, corred a buscarla. El guión fue escrito por el realizador y su esposa Thea von Harbou, basado en una novela de la propia escritora y debo deciros que este tipo de colaboración se repitió en posteriores títulos, incluida M, el vampiro de Düsseldorf, de la que os hablé aquí. Lo cierto es que es bastante milagroso que esta película haya llegado hasta nuestros días porque su nacimiento y distribución fueron bastante accidentados desde bien inicialmente. Tras su preestreno, la Paramount –que tenía que distribuirla en Estados Unidos– la sometió a varios cortes que eliminaron una subtrama y escenas que consideraron inmorales. Por otra parte, los elevados costes de la producción que se dispararon más de lo previsto, propiciaron que un adinerado empresario nacionalista próximo a Hitler que acabaría siendo ministro del Reich se hicese cargo de la deuda generada y acabase retirando la película de las salas alemanas para cortar escenas de tinte religioso o comunista. Así se estrenó de nuevo una versión mutilada que durante los años siguientes aún sería más censurada. Finalmente, hace tan solo unos años, gracias a una copia conservada y a una ardua tarea de restauración, pudieron rescatarse más de veinte minutos. Con todo, al principio de la cinta ya se explica que hay escenas que se han perdido para siempre que son substituidas por un texto en tipografía diferente a la original para diferenciar los diálogos o textos que forman parte de la película –tened en cuenta que es muda– y los que son explicaciones que reemplazan las imagenes extraviadas. 
 

Interpretada en sus principales papeles por Brigitte Helm –sin duda, la cara más icónica de la película–, Gustav Fröhlich, Alfred Abel o Rudolf Klein-Rogge, la historia comienza con motores, engranajes y el cambio de turno de trabajadores uniformados, adormecidos y de movimientos robóticos. Son los obreros de Metropolis, moradores de las entrañas de la tierra muy por debajo de una superficie en la que las clases altas residen felices haciendo deporte, culturizándose, disfrutando de la naturaleza y tomando decisiones para las que no cuenta la mano de obra que sustenta a la ciudad. Ahí es donde reside Freder, el heredero del líder gobernante de la ciudad, retozando con bellas damas en los jardines del Club de los Hijos. Una mañana aparece ante él María, una misteriosa joven acompañada de un enorme grupo de niños, los hijos de los obreros. Ha subido a la superficie para mostrar a los pequeños a los que ella presenta como sus hermanos. Por supuesto, no tardan en echar al grupo de los jardines pero Freder queda tan impactado por lo ocurrido que decide seguir a la joven a las profundidades de Metropolis para conocer a los padres de esos pequeños. Allí será testigo de un accidente en el que perderán la vida numerosos obreros. Consternado, va a visitar a su padre a su oficina en el edificio conocido como Nueva Torre de Babel y le cuenta lo que ha visto. Al conocer la noticia, Joh Fredersen le echa en cara a su secretario Josaphat que haya tenido que enterarse del suceso por su hijo e intenta calmar a Freder, que aún no se ha repuesto de lo que ha visto. Este, apesadumbrado, pregunta a su progenitor dónde están los hombres que han levantado la maravillosa ciudad que él dirige y expresa el temor de que un día se rebelen por haber sido relegados a las oscuras entrañas de un mundo subterráneo. En esas que aparece Grot, el capataz de la máquina Corazón y le muestra a Fredersen los planos que han encontrado en los bolsillos de algunos de los operarios fallecidos. Es una nueva información que le llega sin que su secretario se la haya dado, por lo que Fredersen monta en cólera y despide a Josaphat, algo que supone condenarlo al inframundo. Tras abandonar el despacho de su jefe, totalmente hundido, Josaphat intenta suicidarse pero Freder, apiadado de este, logra impedirlo y le contrata como empleado particular. Y es que el joven heredero no está en absoluto de acuerdo con las ideas de su padre y sigue determinado a adentrarse en el subsuelo y conocer de primera mano cómo viven los obreros de la megaciudad. Pero Joh sospecha algo y ordena que espien a su hijo y le informen de su movimientos. Pese a todo, Freder entra en el subsuelo con un plan secreto: cambiar su identidad con la de un obrero y que este se esconda en su hogar junto con Josaphat. 
 

En estas, Joh se presenta en casa de su antiguo amigo Rotwang, un científico e inventor que posee un enorme busto de Hel, la madre de Freder. Y es que Hel fue su esposa, quien tuvo una aventura con Joh Fredersen y falleció al dar a luz al hijo producto de su traición. Entonces nos enteramos de que Rotwang, enloquecido por la pena y la rabia, ha construido un robot al que pretende convertir en su amada Hel. Fredersen queda impactado por lo que su amigo le muestra pero a lo que Joh ha ido a visitar al científico es a pedirle que le ayude a descifrar los planos que llevan encontrando desde hace un tiempo en posesión de numerosos obreros. Así es como Rotwang conduce a Joh hasta las catacumbas de Metropolis, donde se entera de que los obreros asisten a misas impartidas por María a la vez que Freder –en su nueva identidad– descubre que esa mujer es la misma que le robó el corazón desde que apareció en los jardines del Club de los Hijos. La joven, utilizando la leyenda de la Torre de Babel intenta difundir entre los obreros la idea de que el cerebro y las manos necesitan siempre de un mediador y que este debe ser el corazón. Es decir, que con el amor y no el odio, el proletariado y las clases dirigentes deben unirse para que Metropolis sea una verdadera ciudad próspera y con futuro para todos sus hijos. “¿Y dónde está nuestro mediador, María?”, pregunta un obrero. La joven no tiene respuesta, pero Freder lo tiene claro. ÉL será el mediador entre el mundo subterráneo y el de la superficie. Claro que el buen corazón del joven y el amor que nace entre él y María entrarán en colisión tanto con las maniobras de Joh para sembrar el caos y la discordia utilizando al robot de Rotwang como con las verdaderas intenciones del inventor loco, que no son otras que vengarse de Joh Fredersen destruyendo Metropolis y a sus herederos con ella. 
 

En fin, que como tampoco es cuestión de contaros toda la película –a estas alturas aún falta la mitad aunque en una obra de este calado, destripar el argumento es lo de menos– os emplazo a que disfrutéis de ella. Como es natural, la interpretación resulta demasiado histriónica en varios momentos, algo típico del cine mudo. Pero la historia resulta emocionante, el diseño de producción es asombroso y los efectos especiales estupendos para una película que tiene casi 100 años. En resumen, una obra de arte.

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