Pues sí, piltrafillas. Como ya he comentado en alguna ocasión, uno ha conocido un montón de rincones de Berlín, Roma, Tokyo, Florencia, Nueva York, Viena, Budapest, Kyoto, París, Praga y qué sé yo cuantos sitios más, pero como seguramente os pasa a muchos de vosotros, aún hay lugares de mi propia ciudad que no he visitado. Uno de esos –al menos hasta el pasado domingo– era el Museu Picasso de Barcelona. Lo primero que debo decir es que mis gustos pictóricos van del hiperrealismo al impresionismo, pasando por el barroco y el surrealismo. Sin embargo, no es la pintura abstracta o el cubismo lo que más llama mi atención.
Eso no quita que, aunque hay obras que no entiendo o no me transmiten emoción alguna –y el arte es precisamente eso–, aborrezco a la gente que ante uno de esos cuadros exclaman cosas tan poco originales como “mi hijo pequeño lo hace mejor”. ¿Y por qué digo esto?, pues porque aunque el malagueño tiene cuadros que –como he dicho– no me gustan nada, no podemos obviar que un tipo que con catorce años pintó algo tan precioso como La comunión y un año más tarde el retrato La tía Pepa sólo puede calificarse como ARTISTA con mayúsculas. Picasso pintó paisajes, retratos, tocó el impresionismo, el puntillismo, el realismo, el expresionismo, el surrealismo y el cubismo. Su vida fue una continua búsqueda de maneras de expresarse artísticamente. Incluso fue ceramista.
En fin, uno de los genios del arte del siglo pasado. Y para leer sobre él ya existen innumerables libros, ensayos y artículos por lo que no os daré la brasa con sus épocas azul o rosa o su obsesión por Las Meninas. En definitiva, que nunca había visitado el museo que alberga la colección que Picasso regaló a Barcelona y ya puedo decir que he aprobado esa asignatura pendiente. Como muestra, un pequeño botón que –cosas de la iluminación de las salas– no hace justicia a la visión en persona de sus cuadros. Si pasáis por mi ciudad, es un buen sitio para visitar en lugar del museo del Barça.
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