Pues sí, para celebrar nuestro aniversario de boda, mi mujer y yo nos fuimos el pasado fin de semana a Bruselas. Era una de las pocas capitales europeas que nos quedaban por visitar y la verdad es que no nos llamaba demasiado la atención. No obstante, aunque tampoco es para pasar demasiados días, lo cierto es que para estarse un fin de semana relajadito y sin prisas es de lo más notable. Y eso que no entramos en ningún museo y nos dejamos alguna visita en el tintero, que si no aún hubiésemos podido estarnos otro día.
Total, que desde nuestro alojamiento en el barrio de St. Gilles, echamos a andar hasta el Mont des Arts, la Plaza Real con su iglesia de Saint-Jacques y de ahí hacia la Grand Place, lugar céntrico por el que a lo largo de todo el fin de semana pasamos de día, de noche, en seco, bajo la lluvia o azotados por el viento antes mencionado. Antes de llegar tuve ocasión de comprar un par de vinilos en Arlequin, en la Rue du Chêne muy cerca del imprescindible Manneken Pis. Eso sí, al menos en esta época, el tiempo en la zona es de lo más húmedo y ventoso, lo que resta encanto a algunos lugares a la hora de hacer de turista y sacar fotos, caso de la Jeanneke Pis –versión femenina de la estatuilla más famosa de la ciudad– y que, bajo la lluvia, con viento y metida tras una reja al final de un animado aunque oscuro callejón, no pude inmortalizar con mi cámara.
Sin embargo, entré en el Delirium Pub y me tomé una copa de su cerveza, que resultó más interesante que fotografíar a una niña meando. Por la noche, cenamos en un estupendo restaurante chileno.
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