domingo, 20 de noviembre de 2022

Black Panther: Wakanda forever (2022)


Un poco tarde –cosas de cuadrar agendas con mi hija, habitual partner en esto de asistir a estrenos Marvel–, pero ya he podido ver Black Panther: Wakanda forever, la segunda entrega de este personaje gatuno ideado por Stan Lee y el gran Jack Kirby. Dirigida y coescrita de nuevo por Ryan Coogler, cuenta con un reparto coral casi en su totalidad de raza negra que incluye a Letitia Wright, Angela Basset, Danai Gurira, Lupita Nyong’o, Tenoch Huerta y a Martin Freeman haciendo de blanquito bueno. Es como una película blaxspoitation, pero en Wakanda en lugar de Harlem o Chicago y con aeronaves con forma de insecto en vez de Cadillacs de los 70 tuneados. Y con menos encanto, claro. Llamadme nostálgico. El argumento cuenta como la reina Ramonda y la princesa Shuri con la ayuda de Okoye y las Dora Milaje tienen que –por una parte– superar la muerte de T’Challa y –por otra– defender a Wakanda del ataque de Namor, una deidad medio humana que reina en las profundidades del océano. Y la verdad es que, por desgracia, no hay mucho más que comentar sobre la cinta. Antes, uno iba a disfrutar estas películas esperando encontrarse con personajes con los que había crecido, verlos pelear con supervillanos y asistir al triunfo del bien sobre el mal en territorios conocidos por la memoria junto a Iron Man, el Capitán América, Hulk, Nick Fury, Spider-man, Thor, la unión como Vengadores... y poco más. 
 

Desde hace un tiempo, sin embargo, Marvel ha querido rizar tanto el rizo, dar tantas vueltas de tuerca que ha perdido el norte. O al menos, me ha perdido como fan acérrimo. La última de Thor es infumable, Eternals ya ni me atreví a verla y Black Panther: Wakanda forever sigue con la manía actual de Kevin Feige y el resto de cabezas pensantes del MCU. Así pues, si la primera entrega –comentada aquí– ya dejaba claro que la saga iba de feminismo y negritud, ahora –tras la desaparición de T’Challa provocada por la súbita muerte de Chadwick Boseman, el actor que le daba vida– encontramos que aquellos mimbres que al menos daban entidad a la película inicial se han diluido en un maremagnum argumental que no sabe para dónde tirar. Y es que las interpretaciones están muy lastradas por la ausencia de Boseman, aunque en realidad el guión de la película se ha construido para no darle importancia alguna excepto en algunos momentos con demasiado texto y poca enjundia. Eso incluye la escena inicial, pretendidamente solemne pero para mi gusto muy pobre en todos los sentidos. 
 

Quiso la casualidad que antes de la película proyectasen el tráiler de Avatar 2. Pues hay muuuuchos minutos de Black Panther: Wakanda forever en los que parece que volvamos a ver ese tráiler. Por otra parte –intentaré no hacer demasiado spoiler–, uno espera durante todo el metraje saber quién tomará el relevo a T’Challa. Y quizás el testigo lo recibe la candidata más previsible –sí, es mujer, con eso no os cuento nada que no sea de dominio público–, pero de ninguna manera la más acertada o la más carismática. Es como si esperases un giro de guión y Coogler dijese “pues ese es el giro, que no lo hay”. Y mención aparte merece la aparición sin sentido y sin motivo alguno de Ironheart, un personaje sin historia –es de 2016– con una imagen más cercana a un robot de anime que a Iron Man, prescindible, fuera de lugar y que Disney ha metido con calzador en la trama como trampolín de lanzamiento para su propia serie de televisión. Patético y, a mi entender, una traición al espíritu de Marvel. Claramente, el legado de Stan Lee ha muerto. El MCU ya es sólo negocio. En resumen, que la película no es mala –a la historia le sobran muchos minutos y escenas submarinas, pero resulta entretenida y las interpretaciones de Basset, Gurira y Nyong’o son muy intensas– pero me ha decepcionado. Y es una pena, pero en el cómputo global de la experiencia es lo que más pesa. Es lo que hay.

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