domingo, 9 de diciembre de 2018

Mandy (2018)


La que sí os recomiendo con todas mis fuerzas es Mandy, una pasada de olla del director italiano Panos Cosmatos –realizador y coautor del guión basado en una historia propia– con Nicolas Cage, Andrea Riseborough o Linus Roache como principales protagonistas. Esta violenta y excesiva película que se llevó el premio a la mejor dirección en el pasado Festival de Sitges nos cuenta como Red y su esposa Mandy –una mujer que adora la lectura y el arte– viven enamorados en una cabaña en medio del bosque rodeados de naturaleza salvaje. Un día, Mandy se cruza fortuitamente con los miembros de una secta cuyo líder queda obsesionado por ella. Así, no duda en pedir la ayuda de unos motoristas infernales para que la rapten para él. Al no poder conseguir el amor de la mujer, acaba matándola ante los ojos de Red, a quien no le queda otra que vengarse llevando a cabo una matanza con final delirante. 


Piltrafillas, la verdad es que Mandy tiene bien poco de original y el guión es bastante simple por no decir simplón, pero la estética visual es alucinante –en el amplio sentido de la palabra– y la fotografía heredera del giallo es preciosa, además de una banda sonora estupenda con sintetizadores ambientales en la que también destaca la presencia del Starless de King Crimson que os adjunto al final de la entrada. Camisetas de Mötley Crüe y Black Sabbath, moteros infernales que recuerdan a los cenobitas de Clive Barker –¿homenaje a Hellraiser?– y un líder de secta que es un zumbado que intentó desarrollar sin éxito una carrera en el mundo de la música. 


Y si el apartado visual y musical es lo que llama la atención de Mandy –además de la manera sincopada en la que se nos muestran muchas escenas–, mención especial merece Nicolas Cage dando rienda suelta a su histrionismo más desmadrado. Un leñador al que parece que ni los navajazos pueden con él, se enfrenta hasta arriba de coca y LSD con una especie de lanza/hacha que hubiese ganado varias veces el premio de Forjado a Fuego contra una banda de psicópatas sobre ruedas –algún guiño a Ghost rider hay por ahí– y más tarde a los miembros de la secta culpable de la muerte de su amor, con pelea de motosierras a lo Leatherface incluida. En fin amiguitos, desfase, exceso y borrachera visual. No es ni la mejor película del año ni la mejor de Cage, pero sí una de las más impactantes que he disfrutado en los últimos tiempos.

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