domingo, 5 de febrero de 2017

Follia omicida


Piltrafillas, después de la decepción de la anterior película, alegro la tarde con un título menos pretencioso pero más efectivo. Hoy nos visita Riccardo Freda, un director italiano de origen egipcio cuyo operador de cámara fue en varios títulos el mítico Mario Bava. Su filmografía abarca desde peplums con Maciste como protagonista a películas de terror, giallos e incluso westerns. Y esta Follia omicida de 1981 que hoy os traigo fue su última obra. En ella se nos cuenta como 15 años después de abandonar su hogar en la campiña de Surrey, Mike –un famoso actor– decide visitar a su madre a la que no ha visto desde entonces en compañía de su novia, Debora. A su vez, citará en la casona al equipo de rodaje de su próxima película con la idea de buscar localizaciones para exteriores. Entonces nos enteraremos de que, cuando Mike era sólo un crío, apuñaló a su padre –un conocido director de orquesta– causándole la muerte. La cercanía de Mike a los escenarios de su infancia y el comportamiento de su extraña madre y Oliver, el capataz, enrarecerán el ambiente del encuentro provocando que los fantasmas del pasado regresen a la mente del actor. Pronto comenzarán a ocurrir sucesos violentos. 


En fin, amiguitos, un giallo –más por la temática que por su tratamiento cromático, si exceptuamos la escena con luz roja en la cámara oscura– con actuaciones de bajo nivel, efectos especiales de mercadillo –en concreto esos murciélagos colgando de hilos y la araña de goma de la escena onírica de Debora, o ese cuello que se quiebra al ser rebanado por una sierra eléctrica al ser claramente de escayola en lugar de látex– y una música de piano machacón como recurso cutre para realzar los momentos de impacto que se deja ver aunque no impresiona y cuyo principal reclamo son los cuerpos de las sensuales Silvia Dionisio y Laura Gemser. Así que precisamente por todo eso además de por el confuso desenlace con sus giros de guión, ese aroma a eurotrash ochentero y el surrealista final, Follia omicida es una interesante peliculilla para disfrutar con el copazo de ron añejo al que soy tan aficionado o –como en esta ocasión por falta de existencias– de ratafia del Pallars-Sobirà. Recomendada pues.

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