He recordado al ver esta foto mi primer viaje a Japón, aquel que hice en el marco de uno de esos circuitos organizados en los que –como aspecto positivo- te llevan a muchos sitios y te cuentan muchas cosas. Sin embargo, tales viajes guiados y planificados hasta la exasperación, te obligan a moverte aborregado del autocar al punto de reunión, del punto de reunión al monumento o lugar de interés y de ahí –en veinte minutos- de nuevo al punto de encuentro y al autocar, para salir con prestancia y puntualidad hacia un nuevo lugar turístico. Suerte tuve de encontrarme con un matrimonio de médicos con los que acordé que el viaje lo habíamos pagado nosotros y que –por ello- dedicaríamos algo más de tiempo –en realidad, el que considerásemos necesario- para ver los lugares a los que nos llevaban. No necesito contaros lo enfadada que estaba la guía en el autocar cada vez que nos veía aparecer a los tres fingiendo caras compungidas y repitiendo sumimasen mientras bajábamos nuestras cabezas en señal de respeto.
En cuanto al resto de los ocupantes del autocar –gente variada de Bilbao, Canarias, Detroit (USA) y Mendoza (Argentina)- os diré que al principio nos disculpaban el retardo ya que el autocar tenía aire acondicionado. Más tarde –cuando fuimos confesando nuestro engaño- la mayoría decidió hacer como nosotros y desoír sistemáticamente las indicaciones de la guía, que acabó hasta las narices.
Otra cosa os tengo que decir también. Si la guía hubiese sido la mitad de simpática que la de la foto que os muestro –por la sonrisa, más que nada- os juro que hubiese dedicado menos tiempo a ver monumentos y hubiese sido el primero en regresar al autocar.
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