sábado, 12 de octubre de 2024

Sant Llorenç de Morunys i la Mola de Lord


Resulta que ayer nos pudimos coger un día de vacaciones con mi mujer –aún nos quedan unas horas por gastar de este año– y decidimos pasar la mañana en la naturaleza en lugar de ir a la oficina. Así pues, encaminamos nuestros pasos –es decir, que conduje un par de horas– en dirección a Sant Llorenç de Morunys, el más pequeño de los municipios del Solsonès. Y tras una breve parada en la cantina de una estrecha carretera al norte de la comarca para dar cuenta de un bocadillo de panceta y de pasear por los alrededores de la ermita de Sant Serni de Grau, llegamos a la base de la Mola de Lord, un peñasco de 1200m a orillas del embalse de la Llosa del Cavall en lo alto del cual se encuentra el santuario de la Mare de Déu de Lord. A la cima se asciende por un empinado camino de Via Crucis empedrado y con barandillas, de un kilómetro de longitud, que no es complicado pero que conviene abordar sin prisas porque le deja a uno sin aliento y con las pulsaciones aceleradas. 
 

El santuario data de finales del siglo X aunque su iglesia no se construyó hasta el siglo XV. Un nuevo templo fue erigido a finales del siglo XVIII, que fue destruido durante la guerra carlista por lo que el edificio que hoy podemos ver es de 1870 y su retablo de 1901, ya que el original se incendió en 1891. Y visto el santuario y con las pulsaciones normalizadas, a mi mujer se le ocurrió que para no bajar por el mismo camino por el que habíamos accedido podíamos utilizar un sendero panorámico, el Camí de Sant Jaume –al que da nombre una pequeña ermita al inicio del mismo– que prometía vistas del pantano y la Serra de Busa. Vaya idea la de la parienta. Tres kilómetros de camino de cabras pedregoso y resbaladizo, del ancho de una persona, con tramos de tierra húmeda y con subidas y bajadas pronunciadas. Todo un machaca-rodillas y hacedor de torceduras. 
 

Pero sobrevivimos a la aventura, pasamos la mañana respirando aire puro, sudando la gota gorda con miedo a despeñarnos y disfrutando de la naturaleza desconectando de la rutina. Tocaba regresar a Sant Llorenç de Morunys, donde ya habíamos reservado una mesa. Y después de comer un estupendo guiso de garbanzos con sepia, unos chorizos y butifarras –blanca y negra– a la brasa con sus correspondientes patatas fritas y allioli y un exquisito flan de mató, visitamos la joya del lugar antes de coger el coche de regreso a Barcelona. 
 

Me refiero al monasterio benedictino e iglesia parroquial de la población. Original de principios del siglo X, a finales del siglo XVI y tras realizar obras de mejora, la iglesia de origen románico se convirtió en colegiata. Sin embargo, el aspecto actual del interior del templo es resultado de una restauración de principios de los años 60 que se cargó la decoración barroca de yeso. Pese a ello, lo más notable de la iglesia es el recargado retablo barroco de la Mare de Déu dels Colls, de finales del siglo XVIII,
que para los amantes del arte sacro ya justifica la visita de este apartado pueblo del norte catalán. Una preciosidad que hasta ayer no sabía que existía en un lugar no demasiado conocido, fuera de las rutas turísticas habituales. Que siga así.

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