domingo, 9 de octubre de 2022

No vayas cerca del parque (1979)


Hoy os traigo una película mala con alevosía aunque es de agradecer que no intente ser otra cosa por lo que puede incluso resultar simpática. Se trata de No vayas cerca del parque, una basura protagonizada por Robert Gribbin, Barbara Bain, Aldo Ray, Tammy Taylor o Meeno Peluce entre otros intérpretes entre los que se encuentra una casi debutante Linnea Quigley, la sexy scream queen de la serie B de los 80, en uno de sus primeros trabajos. Dirigida, producida y escrita por Lawrence D. Foldes, la película –su primera obra en realidad– se inicia con una voz en off explicándonos que la búsqueda de la inmortalidad existe desde los tiempos de las tribus caníbales primitivas, cuando se creía que con la magia, el uso de plantas medicinales y la ingesta de carne humana podia conseguirse la juventud eterna. Entonces conocemos a dos hermanos, hombre y mujer, a los que hace 12.000 años su madre comunica que están malditos y envejecerán 10 años por cada uno de vida, aunque sin morir... a no ser que se alimenten de sangre fresca para mantenerse jóvenes. La única manera de detener el maleficio será sacrificar 120 siglos más tarde –cuando se produzca una rara alineación de estrellas– a una virgen que descienda de una mortal y un hombre de la tribu. Tras un salto temporal nos plantamos a principio de los 60 para ver a Gar atacando a una joven y comiéndose sus entrañas –con unos efectos visuales que parecen preparados por un niño de preescolar, con plastelina y mermelada– en una escena que ni provoca terror ni asco. En ese momento aparece su anciana hermana Tra recriminándole que siga perdiendo el tiempo y conminándole a encontrar a la mujer que le dé una hija con la que anular la maldición. 
 

Total, que el tipo entra en una casa mientras la dueña se está duchando, esta le alquila una habitación, él la obliga a desnudarse con la mirada y ella se enamora de él. ¿Resultado?, la pareja se casa mientras la hermana ataca a jovencitas para comerse sus tripas. La pareja tiene una niña a la que llaman Bandi y con los años se ve que esta es lo más importante para su padre –es la llave de su inmortalidad y el fin de su maleficio, poca broma–, quien no le hace ni caso a la madre de la criatura, que está buenorra. Cuando la joven cumple 16 años, su padre organiza una fiesta en la que le regala un colgante, pero la fiesta acaba con una pelea entre los progenitores por lo que Bandi –harta de la situación– se escapa de casa para, tras huir de unos violadores –a esas alturas ya sabemos que la chiquilla puede hacer que se incendien o exploten cosas–, acabar refugiándose en una cabaña en la que –¡casualidad!– vive Tra y donde también va a parar Nick, un crío que se ha escapado del coche de su madre y que gracias a un hombre que le ayuda en la calle, conoce la leyenda ancestral que habla de los demonios que se esconden en las montañas en las que está la cabaña. En fin, todo muy enrevesado e inverosímil a más no poder. No vayas cerca del parque es serie B de la cutre, con poco presupuesto y un guión que abarca muchos géneros sin profundizar en ninguno. Lo dicho, se salva porque en realidad no pretende ser más que un subproducto barato de entretenimiento friki y así es como debe afrontarse y disfrutarse... con alcohol y espíritu positivo, a poder ser.

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