Visitadas las tumbas de Père Lachaise y fotografiada la del Rey Lagarto, tocaba regresar al hotel por la Rue du Chemin Vert hasta Le Marais y de ahí a La Cité para cruzarla hasta el Barrio Latino.
Pero antes nos detuvimos frenta a la entrada del Memorial de la Shoah y tras la catedral de Notre-Dame, donde una pareja estaba inmersa en el reportaje fotográfico de su boda. Debo deciros que durante mi estancia en la capital francesa, me encontré con numerosas parejas ataviadas con trajes de boda –todas ellas de origen asiático– en diversos lugares turísticos y no tan turísticos de la ciudad posando para reportajes fotográficos de su enlace. Parece que el tema está de moda.
Después de la habitual siesta –en mi día a día no acostumbro a hacerla, pero las caminatas que dábamos en París la hacían necesaria– nos trasladamos hasta la plaza de Denfert-Rochereau donde, además del imponente león de Belfort –réplica del que Frédéric Bartholdi esculpió a finales del siglo XIX y se haya situado en la localidad de Belfort, a relativa corta distancia de Estrasburgo–, se encuentra la entrada a las Catacombes de Paris, unas minas de piedra caliza que a finales del siglo XVIII se utilizaron como cementerio ya que los que existían en la ciudad no daban abasto. Total, que tras más de un kilómetro caminando por galerías húmedas hasta la correspondiente salida por la calle Rémy Dumoncel –casi dos paradas de metro después, poca broma–, nos fuimos a la isla de los cisnes para visitar la Estatua de la Libertad, lugar en el que pusimos punto final a las visitas turísticas del día.
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