sábado, 28 de agosto de 2021

Finlandia & Estonia (X)


La última mañana en Tallin la dedicamos a contratar una visita guiada a la última planta del Hotel Viru, establecimiento que a pocos metros de las murallas de la ciudad vieja se construyó a principios de los 70 para dar alojamiento a los extranjeros que utilizando la reinaugurada línea de ferry desde Helsinki visitaban la Unión Soviética, pues no olvidemos que Estonia era una de las repúblicas que la conformaban. El hotel, el mejor y más alto de toda la Unión Soviética –con televisores en color, restaurantes de lujo, un cabaret y todo tipo de comodidades occidentales que eran impensables al exterior de sus puertas– estaba pensado para atraer divisas extranjeras pero limitar al máximo que la peligrosa mentalidad occidental llegase a los estonios. Así pues, lo que tenía también el hotel era cientos de informadores, espías, ceniceros y floreros con micrófonos, unas empleadas sentadas en cada planta que llevaban el control de entradas y salidas –por cierto, eran señoras de edad avanzada y poco agraciadas físicamente para evitar que pudiesen seducir a los extranjeros– y una estación de radio de la KGB en la planta 23 desde la que contactaban con el ferry para conocer los datos de todos los visitantes antes de que llegasen al puerto y escuchaban la información que les llegaban de los micrófonos de todas las habitaciones. Había incluso estancias que se asignaban a los turistas de interés para la KGB que tenían cubículos secretos contiguos desde los que poder ser espiados con mayor intensidad. 
 

La anécdota más contada es la de una persona que se encontró con que en el baño no había papel higiénico y que, después de criticar cómo podía pasar eso en un hotel tan lujoso, vio cómo llamaban a la puerta y una empleada sonriente le traía un rollo. Y es que los ascensores llegaban hasta la planta 22, pero cualquiera podía contar los pisos desde la calle y ver que en el piso 23 –hoy un mirador excepcional– también había ventanas. Lo cierto es que la KGB no se escondía demasiado. Prefería que todo el mundo supiese que no había opción de hacer el más mínimo gesto o comentario sin que las autoridades lo supiesen. Ningún turista podía salir sin ser acompañado y ningún tallinés podía entrar en el hotel. Sin embargo, la corrupción también existía –aunque la pena mínima por no seguir las normas era de tres años de cárcel– y eso permitía que algunos productos e información que traían los turistas llegasen a algunas familias de Tallin. Cuando Estonia alcanzó la independencia en 1991, la KGB se llevó lo que consideró más importante y el resto fue destruido por la ciudadanía. Sin embargo, el empresario finlandés que se quedó el hotel –que no tenía esa componente antisoviética tan marcada– vio que era importante preservar algo de la historia del hotel para que no se olvidase el grado de control y de sometimiento que la población de la Unión Soviética sufrió y mantuvo los espacios “secretos” de la planta 23 –la estación de radio y la oficina de la fotocopiadora– para ofrecer un tour a los visitantes de la ciudad. Todo lo que puede verse es original, aunque lo verdaderamente interesante es la historia que los guías cuentan en primera persona ya que vivieron esos días y todos tienen familiares en el extranjero que pasaron por el hotel. 
 

Completamos el día con un paseo hasta los jardines del Palacio Kadriorg y –después de comerme un jugoso magret de pato asado con patatas cocidas y verduras– y resguardarnos de la lluvia un buen rato, visitamos el mercado Balti Jaama donde a modo de postre me zampé una gran porción de tarta de queso con albaricoques, concretamente el trozo que le falta a la de la fotografía. Tras la siesta, tocaba dar un último paseo por las calles de la ciudad vieja para hacer compras de última hora, cenar y despedirnos de la capital pues al día siguiente tendríamos que coger de nuevo el ferry –donde me puse las botas en su buffet libre dejando claro que con comensales como yo estos establecimientos pierden dinero–, esta vez en dirección a una Helsinki azotada por la lluvia que nos obligó a ir directamente al aeropuerto para esperar nuestro vuelo de regreso y el fin del viaje de este verano.
 

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