domingo, 13 de octubre de 2019

1990: Los guerreros del Bronx (1982)


Piltrafillas, hoy os traigo uno de esos títulos que de tan infame que es, ha sido elevado al olimpo de obras casposas de los ochenta, sin duda gracias a gentuza de mi generación, seres capaces de anteponer la nostalgia de una época al más mínimo valor artístico. Así pues, coged The warriors y sus bandas surrealistas –por cierto, una cinta imprescindible comentada aquí– y la no menos mítica Escape from New York, agitad sus argumentos, cambiad algunas cosas aquí y allá... y tendréis los mimbres con los que el italiano Enzo G. Castellari construyó esta basura titulada 1990: Los guerreros del Bronx. Protagonizada por Mark Gregory y Stefania Girolami, hay que decir que el primero se llamaba realmente Marco di Gregorio y era un joven romano con pinta de chapero al que el realizador descubrió en un gimnasio y quiso convertir en estrella y que con veintipocos años desapareció de las pantallas y del mundo del cine sin que se volviese a saber de él. Respecto a Stefania, era la hija del realizador –en realidad se llamaba Enzo Girolami–, quien también se reservó un papel en la cinta. La cosa va como sigue. Un texto en pantalla nos anuncia que el Bronx es una ciudad sin ley y territorio de los Riders, donde ni las autoridades se atreven a entrar. Mientras, somos testigos de la aparición de una banda de patinadores de hockey con impolutos cascos blancos y chalecos acolchados que parecen una copia del vestuario de escena de Ace Frehley en los 70 atacando a una joven a altas horas de la madrugada. Sin embargo, no tardan en aparecer los Riders en sus motos con calaveras luminosas y conocemos a Trash, su jefe, una especie de sosias de Eric Adams de Manowar, con un pincho de acero en el codo y que camina como si le hubiesen metido un palo de escoba por el culo. Su banda de moteros es de lo más violenta, hasta tienen cuchillas en las ruedas para poder masacrar mejor a sus enemigos... y sin embargo, al encontrarse con una rubia de buen ver en plen noche, el tipo le pregunta amablemente si quiere que la lleven a casa porque “no hay nada peor en el mundo que el Bronx”. Toma topicazo. Hombre, un poco de respeto por el barrio, que ha dado al mundo a Jennifer Lopez. Total, que lo siguiente que vemos es a los Riders –con la joven montada ya en una de las motos– en un descampado de Brooklyn en el que un tipo toca sin parar la batería, mientras en el East River veemos el cadáver de un hombre. Infumable. 


Pero, a ver... ¿los Riders no eran del Bronx?, porque situarlos en ese sitio es como si –alterando la escala– a una banda de Bilbao la ubicas en Ceuta. Y entonces aparecen en sus hot rods Ogro y su banda de gángsters de los 50, que reconocen haber asesinado a un hombre de los Riders acusándole de ser un soplón. En este punto debo deciros que el tal Ogro se autoproclama el Rey del Bronx, pero tiene su mansión en la Isla Roosvelt, entre Manhattan y Queens. Y es que supongo que el realizador tenía muy claro que los potenciales espectadores de este subproducto de bajo coste iban a ser europeos sin la más ligera idea de la distribución territorial de la ciudad de Nuva York. O a lo mejor es que no le importaba lo más mínimo. En fin, patético. Llegados a este punto, la joven –que es una rica heredera– ya se ha convertido en la novia oficial de Trash y se esconde de su padre –el poderoso dueño de la Manhattan Corporation– entre el lumpen. Pero pronto van a saber que un policía llamado Hammer, el exterminador, ha sido contratado para llevarla a casa y aniquilar a los Riders. El agente es el único que puede hacerlo ya que que ha nacido en el Bronx y se conoce sus recovecos. Por cierto, se da la casualidad de que Vic Morrow –que interpreta a Hammer– sí que nació en realidad en el Bronx. En fin, amiguitos, que con total seguridad –el argumento no tiene ni pies ni cabeza, el guión es pueril y ya os he dicho que las localizaciones son de traca– la mayor parte del presupuesto se fue en pagar a Vic Morrow, al televisivo Christopher Connelly y a la estrella del blacksploitation Fred Williamson, porque el resto es guano nivel premium. Pero como muchos otros títulos que han pasado por aqui, de tan mala resulta imperdonable perdérsela. Es puro trash –el nombre de su protagonista resulta más que indicado– ochentero, caspa grasienta de la buena, un despropósito que te tiene una hora y media pegado al sofá discerniendo cómo algo así pudo estrenarse y ser recordado hoy en día. En fin, amiguitos, desconectad parcialmente el cerebro y disfrutad de esta 1990: Los guerreros del Bronx. Al fin y al cabo, el cine palomitero es eso, una evasión de la realidad y de todo atisbo de coherencia.

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