Amiguitos, un domingo más toca escribir mi acostumbrada reseña cinematográfica y hoy os quiero hablar de R.O.T.O.R. –también conocida como Blue Steel–, una película de ciencia ficción dirigida y coproducida por Cullen Blaine, basada en una historia escrita por él mismo. Protagonizada por Richard Gesswein –que también aparece como coproductor– y Jayne Smith, entre otros intérpretes igualmente deleznables, la cinta se inicia con una pareja que –tras escuchar una explosión– encuentra al capitán Coldyron de la policía de Dallas malherido junto a una mujer. Es entonces cuando se nos cuenta que el agente era el responsable de un departamento de robótica policial que estaba desarrollando un prototipo para luchar contra el crimen. Y es que las calles de Dallas estaban pobladas de delincuentes y camellos, se producían asesinatos, robos, violaciones... y por eso se decidió poner en marcha el proyecto R.O.T.O.R. –iniciales de Robotic Officer Tactical Operation Research– para poner un poco de orden. Sin embargo, los intereses políticos de un senador hacen que el superior de Coldyron decida poner en funcionamiento el agente robótico cuando aún faltán unos cuatro años para que el primer prototipo pueda estar operativo. Como era de esperar, no es una buena idea.
Y así es como R.O.T.O.R. es dado de alta para el servicio, mata a un pobre conductor por exceso de velocidad y decide perseguir a la novia de este para eliminarla al considerar que –al viajar en el mismo automóvil– es cómplice del delito. Cuando Coldyron se entera, se pone en contacto con la doctora Steele –una inteligente científica con físico de bodybuilder y un peinado vergonzante, diseñadora del chasis robótico de R.O.T.O.R.– para juntos perseguir al agente mecánico aparentemente indestructible y desconectarlo con una llave especial. Piltrafillas, poco más se puede decir de este exponente de serie B ochentera, malo con avaricia y típico producto de VHS que de tan kitsch se ha convertido en un título de culto imprescindible en cualquier videoteca casposa de la época. Con clarísimas referencias a Robocop, Terminator e incluso Judge Dredd si me apuráis, se trata de una película de acción en la que no es que se vean demasiados disparos, explosiones o peleas, en la que el protagonista robótico casi invencible es un tipo con bigote y algunos kilos de más, los actores parecen aficionados y que mientras el inicio de la película transcurre tras la puesta del sol, al final de esta –cuando se supone que la historia enlaza con el principio– es plena tarde. En fin, poneos en modo ochentero con un par de cervezas frías a mano y disfrutad de este despropósito con encanto. Y es que la nostalgia lo arregla todo.
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