Y tras la pausa vacacional, regreso a mis reseñas dominicales con esta más que recomendable comedia negra de tintes histórico-políticos. Basada en un cómic de Fabien Nury y Thierry Robin, la película cuenta la muerte de Iósif Stalin, desde pocas horas antes de la misma asistiendo a una cena en la que compartió mesa con destacados miembros del Politburó como Beria, Khrushchev o Malenkov, hasta días después, en los que los supervivientes fueron tomando posiciones que desembocarían en el nombramiento de Khrushchev como Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente del Consejo. Y pese a que algunos estudios modernos acusan a Beria de haber asesinado a Stalin, se sigue considerando que la muerte del estadista fue debida a un accidente cerebrovascular causado por hipertensión arterial. Así pues, conocido el dato histórico, lo interesante de La muerte de Stalin es asistir a una sátira, mezcla de ficción y retrato descarnado de las diversas personalidades del círculo del dictador y de sus movimientos para sucederle, en particular los del ambicioso Khrushchev y el implacable, todopoderoso y temido Lavrenti Beria, jefe de la policía politica NKVD, un sanguinario bicho que nadaba en las cloacas de un sistema tan cruel y represivo como el nazismo.
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