Mi primera reseña de hoy es para uno de los primeros títulos de la ingente filmografía de Jesús Franco, La muerte silba un blues. Escrita por él mismo junto a Luis De Diego, la cinta cuenta con la participación de los estupendos Conrado San Martín y Manuel Alexandre, el francés Georges Rollin, la argentina Perla Cristal y la francesa Danik Patisson, entre otros actores entre los que se encuentra un joven Agustín González. La película comienza con el último viaje de Castro y Smith, un par de contrabandistas a las órdenes de Paul Vogel. Con lo que ganen con ese trabajo, Castro piensa retirarse junto a su esposa y Julius Smith establecerse definitivamente como trompetista de jazz. Sin embargo, Vogel les traiciona y a consecuencia de ello Castro muere y Smith es encarcelado. Cuando más de diez años después sale de prisión, se emplea en un club de Nueva Orleans, en donde casualmente lo descubre Lida, la exmujer de Castro. Cuando la mujer regresa junto a su actual marido a Kingston –que no es otro que Vogel, que ha adoptado una nueva identidad– y le explica que ha visto a Smith, este encarga a dos matones que acaben con Julius. Antes de morir, sin embargo, este le explica su historia al comisario Fenton, que urde un plan para detener a Vogel. Para ello se valdrá de Moira Santos, una cantante a la que tiempo atrás detuvo y que ahora reside en Jamaica. Los problemas de Vogel no terminarán ahí porque no tardará en recibir una carta de Castro, que afirma estar vivo y poseer información comprometedora.
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