domingo, 5 de febrero de 2017

Elle


Amiguitos, si en numerosas ocasiones os he comentado que he tardado en ver una película por culpa de las malas críticas y luego me ha parecido entretenida y recomendable, hoy os traigo un ejemplo de todo lo contrario. He visto Elle, del neerlandés Paul Verhoeven. Y aunque la mayoría de las críticas que he leído la alaban, debo ser sincero con vosotros y deciros que a mi –un ignorante en la matería, lo admito, partamos de esa premisa– me ha parecido estiércol del bueno, guano nivel premium, vamos... una mierda como un piano que me ha aburrido soberanamente. Quizás sí que Isabelle Huppert se merece la nominación al Oscar, pero más que por su interpretación de la deleznable e insoportable Michèle, por haber aceptado un papel que Julianne Moore, Marion Cotillard, Nicole Kidman o Sharon Stone parece que rechazaron. La película se presenta como un thriller psicológico, pero en realidad mi opinión dista mucho de tal apelativo. 
La historia que nos cuenta es la de Michèle, una mujer divorciada de cincuenta años –en realidad, Huppert tiene sesenta y tres pero eso importa poco, ya sabemos que tanto actores como actrices acostumbran a interpretar papeles que no concuerdan con su edad, ya sea por exceso como por defecto– que vive con su gato y tiene una empresa de creación de videojuegos. Su hijo está a punto de irse a vivir con su novia, una artista bohemia que a la mujer no le cae nada bien y que no comprende lo que ha podido ver en su hijo. Su madre es una anciana que se inyecta bótox y tiene una relación con un gigoló y ella es una mujer con éxito laboral que en realidad tiene celos de su exmarido, de su madre, de su hijo, se folla al esposo de su socia sin saber muy bien el porqué y se masturba espiando en secreto a su vecino. 


Al principio de la cinta, vemos como Michèle es violada por un desconocido. Ella no llama a la policía. Recoge la casa, se baña y prosigue con su vida sin decir nada a nadie en un primer momento. Pero no es que la mujer sea fuerte, es que es fría como un témpano, incapaz de amar –por eso le molesta que su madre tenga una vida sexual– y con una serie de traumas en parte relacionados con la veintena larga de asesinatos que su padre cometió cuando ella tenía diez años que la han convertido en un ser con el que como espectador me cuesta sentir empatía. Por otro lado, mientras por una parte comienza a hacerse con espray de pimienta, un hacha o pide a un empleado que le enseñe a utilizar un arma de fuego como si temiese ser atacada de nuevo, no deja de fantasear con la violación una y otra vez. Además, lo que sabemos de su faceta como jefa de la empresa de videojuegos es que está desarrollando un nuevo producto en el que un monstruo asesina a una joven con sus fálicos tentáculos mientras esta gime orgásmicamente al ser trepanada. El paralelismo con lo que le ha ocurrido es obvio. Si le sumamos a eso que uno de los programadores se ha mostrado en público abiertamente descontento con la marcha del proyecto y la dirección empresarial de la compañía, pues ya está, ya tenemos la solución. El tipo es el violador que quiere hacer pagar a su jefa que se oponga a sus ideas y lo deje en evidencia en público y para ello la viola actuando como el monstruo del videojuego que están creando. 
Por supuesto, esa no es la explicación real, ni el violador es el programador. Pero la verdad es que ese desenlace simplón hubiese sido más verosímil que la realidad. Total, que ayer se llevó el Goya a la mejor película europea, pero para mi es el bluff del año. En fin piltrafillas, que quizás no esté hecha la miel para la boca del asno o qué sé yo, pero no puedo recomendaros la visión de Elle. Eso sí, haced lo que os plazca.

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