domingo, 26 de junio de 2016

Orgy in the psycho house


Y después del estreno de calidad que nos debe hacer pensar un poco, os presento a una cinta de finales de los 60 que tiene un perfil más bien bajo y cuyo objetivo no es precisamente ejercitar nuestras neuronas. Me estoy refiriendo a The erotic circus, editada el año pasado en DVD con el título de Orgy in the psycho house. Escrita y dirigida por Henri Pachard –uno de los pseudónimos del prolífico realizador Ron Sullivan, con más de 350 títulos en su haber–, este thriller de horror con pinceladas gore y softcore que ya en sus créditos iniciales nos muestra una violación con música de sitar –de hecho, es un instrumento que predomina en la banda sonora– nos cuenta como Louie, un traficante de speed de poca monta, decide hacerle una visita a su hermana mayor junto a Mary y Debbie, dos amigas. La hermana de Louie vive en una casa perdida en una remota zona de bosques rodeada de nieve, con un perro, algunos caballos, su hijo Jamie –un joven sumiso con el que mantiene una relación incestuosa– y un extraño capataz violento y medio retrasado al que Jamie ningunea. Cuando Louie y sus amiguitas llegan a la casa, Debbie se siente de inmediato atraída por Jamie, algo que no se le escapa a su posesiva madre. Tras la cena, Louie cuenta historias truculentas antes de que todos se retiren a sus habitaciones. Allí, Louie le quema las nalgas a Mary con su cigarro, el capataz tiene sueños eróticos con tres jóvenes desnudas que le hacen una felación –simulada amiguitos, que esta cinta es de softcore–, la hermana de Louie tiene fantasías lésbicas mientras se toca y Debbie se cuela en la cama de un azorado Jamie, todo ello con una banda sonora mezcla de jazz y psicodelia que aún hace más cansina esa sucesión de escenas hilvanadas sin gracia ninguna. 


Piltrafillas, en esta Orgy in the psycho house que contiene una violación, una castración, asesinatos, travestismo, lesbianismo y onanismo Sullivan nos obsequia con un guión simple y previsible, diálogos casi inexistentes y cierta tensión provocada por una atmósfera enfermiza que nos mantiene ante la pantalla a la espera de saber cuando ese retrasado psicópata o cualquier otro de los que moran en la casa dará rienda suelta a sus instintos. Los efectos de maquillaje son patéticos y dejando a un lado el apartado de las interpretaciones, más que nada para poder obviar lo pésimas que son, en el aspecto cinematográfico tampoco es que encontremos demasiados valores. Los cortes del montaje en ocasiones son tan abruptos que molestan, los cambios de escena están mal resueltos y que la copia sea de 2015 no significa nada, ya que parece que se haya pasado a digital directamente de una cinta encontrada en a saber qué rincón roñoso sin la más mínima restauración, no sé si por desidia o para mantener ese toque vintage. Entonces, ¿por qué estoy perdiendo el tiempo hablando de esta película y –lo que es peor– recomendando su visión? Pues porque el encanto de la cinta radica precisamente en lo lisérgico del resultado, eso y la necesidad de querer entender cómo bazofias como esta han adquirido pátina de obras de culto con los años. Total, tan mala que hay que verla. Eso sí, el final es de traca.

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