Amiguitos, mi primera reseña del último domingo de junio es para The girl with the hungry eyes, una nudie escrita, dirigida y montada por el norteamericano William Rotsler. Lo primero que me llamó la atención de la cinta fue que era de 1967, un año que –por razones obvias– siempre me llama la atención. Lo segundo, que se trataba de una producción de Harry Novak (Kiss me, quick!, The sinful dwarf, The pigkeeper’s daughter...), en este espacio he dado cuenta de esas cintas. Y por último, que incluso antes de los créditos iniciales aparece a toda pantalla un precioso Corvette Stingray convertible. Con todo ello y como os podéis imaginar, no he podido hacer otra cosa que disfrutar de la película. Protagonizada por Cathy Crowfoot como Tigercat y Adele Rein –aquí aparece como Vicky Dee– como su joven amante, nos cuenta la enfermiza relación de la desorientada Kitty y la dominante Tiger, una mujer que, además de lesbiana, es una furibunda misándrica. Por eso, cuando la joven se lo monta en sus narices con un tipo al que se le ha parado el motor del coche, en lugar de cabrearse con su chica, Tigercat le pega en la cabeza con un pedrusco al pobre desgraciado. Luego intenta tranquilizar a Kitty, como si nada hubiese ocurrido, pero esta comienza a estar ya un poco harta de la situación. Y es que es cierto que tuvo tiempo atrás una mala experiencia con un desalmado y violento impresentable que la golpeaba y Tigercat apareció para consolarla. Pero luego también apartó de su lado a Brian –papel interpretado por el propio Rotsler–, un buen chico que en realidad amaba a Kitty y con el que ella estaba a gusto y se sentía feliz. Así que, cuando la posesiva Tigercat tiene un nuevo ataque de celos en medio de una fiesta lésbica en la que una de las invitadas se muestra demasiado cariñosa con Kitty, la joven decide que hasta ahí ha llegado su coqueteo con el amor homosexual –como ella misma dice, sus vacaciones de hombres, algo pasajero– y corre a refugiarse en los brazos de Brian. Claro que Tigercat no está dispuesta a dejar escapar a su gatita –hábil juego de palabras, ¿lo pilláis?– y luchará por recuperar sus favores.
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