Amiguitos, mi segunda reseña de hoy es para una película francesa de mediados de los años 70 dirigida por Mario Mercier, un poeta, pintor y realizador con únicamente tres títulos en su haber, que con La Papesse nos regaló una cinta que –al menos en apariencia– se parecía a las historias de terror y erotismo de Jean Rollin o Jesús Franco. En realidad, esta es menos lúbrica y mucho más inquietante. Protagonizada por Jean-François Delacour, Lisa Livane y la guapa Erika Maaz, al igual que en las obras de los mencionados Rollin y Franco, también en La Papesse hay sexo. Sin embargo, en este caso no se nos muestra con la joie de vivre acostumbrada. Mientras que en aquellas, uno ya ve que en la historia de brujería, vampirismo o similar se han colocado alegremente varios desnudos con ánimo estimulante, en esta película, el sexo es extraño, desagradable, humillante y rodeado de violencia. Quizás por esa razón parece ser que La Papesse no gozó de buenas críticas en su día, aunque –en mi opinión– se trata de una propuesta muy interesante pese a que las interpretaciones dejan mucho que desear. Al principio vemos como una tal Iltra y dos acólitos someten a un hombre a un extraño rito iniciático. Después de unos créditos iniciales sin interés visual alguno pero con una estupenda música cuyo sonido me ha recordado al Fender Rhodes de Ray Manzarek, el argumento nos muestra la pelea entre el pintor Laurent, un artista obsesionado con el ocultismo que desea entrar en una secta, y su esposa Aline, que después de tres años de matrimonio se encuentra sola en su casa en medio del bosque sin que su marido le dedique las atenciones necesarias. Laurent reacciona a sus reproches diciéndole que ella no está a la altura de lo que él necesita y pidiéndole que se separen. Tras la pelea, abandona el hogar y –retomando las primeras escenas de la película– vemos como Laurent sufre los latigazos que los compañeros de la bella y depravada Iltra le propinan.
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