domingo, 26 de febrero de 2012

Tokyo decadence


Y ya que estaba con el tema del sexo friki japonés, me he decidido por añadir a la sesión a la quizás más conocida internacionalmente y triste Tokyo decadence –también estrenada como Topaz- de Ryû Murakami, una cinta de principios de los 90 que nos cuenta la historia de Ai –en japonés significa amor, lo que no deja de ser un chiste irónico a la vista del argumento-, una joven de apariencia frágil que sin embargo se dedica a la prostitución sadomasoquista de alto standing dejando que pervertidos de lo más friki la humillen y castiguen su cuerpo con el fin de intentar no pensar demasiado en el amor que siente hacia un antiguo cliente casado (no puedo hablar más sobre ello ya que os desvelaría demasiado). En su búsqueda de la felicidad, Ai consulta a una vidente que le dicta tres reglas para serlo: poner un listín de teléfonos bajo el televisor, no visitar el museo del este de la ciudad y comprar una piedra rosa para fabricarse un anillo con ella. Vamos amiguitos, tres chorradas como un templo que huelen a timo para crédulas a kilómetros de distancia, pero que la inocente Ai sigue a rajatabla mientras alquila su cuerpo a todo tipo de desviados.


Amiguitos, si en las dos primeras películas que os he comentado hoy sólo existía la voluntad de ofrecer un par de extrañas historias en las que sexo y sangre se unían para el divertimento efímero del espectador, es decir, básicos productos palomiteros con poca o nula segunda lectura, en Tokyo decadence nos encontramos con lo que pretende ser el retrato de la soledad más dura y agobiante, la del ser humano que pese a estar rodeado de congéneres, no tiene a nadie con quien compartir sus sentimientos. Se trata en ese aspecto de un film que denuncia uno de los principales problemas de la sociedad nipona –sobre todo en grandes ciudades como Tokyo-, el individualismo excluyente y aislante que convierte a la mayoría de sus miembros en seres incapaces de manifestar amor y de compartir los aspectos más básicos de la vida ordinaria. Lo que pasa es que para ello, Murakami se sirve del sexo, más que como mero elemento de excitación, como vehículo para mostrar lo frío y deprimente en que se convierte la relación carnal cuando no existe el más mínimo atisbo de comunicación sensorial entre los –supuestos- amantes. Una fotografía cuidada y una música muy acertada de Ryuichi Sakamoto completan la actuación de Miho Nikaido. En fin piltrafillas, muy interesante y –en mi opinión- un buen broche final a este domingo bizarro y sexy. Sayônara watashi no tomodachi.

6 comentarios:

  1. Le falta la partícula どうぞ (dôzo) porque yoroshiku no se emplea como saludo de despedida, sino como un intraducible saludo de entrada de presentación, algo parecido a un encantado de estar aquí contigo.

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  2. Hajime mashite.
    Watashi wa kingu pirutorafiya desu.
    Dôzo yoroshiku.

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  3. Me lo traduzca que no me he comido un colin...

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