domingo, 16 de octubre de 2011

Eat the School girl


Ahora otra de esas cintas japonesas especialmente indicadas para piltrafillas frikis como yo y de las que deben huir como de la peste los que disfruten con las películas de Paco Martínez Soria, si es que alguno ha caído por casualidad en este blog tan poco mainstream. Hoy os presento Eat the School girl, subtitulada como El club del teléfono de Osaka. La cinta se inicia con una colegiala tocándose y gimiendo mientras lo transmite por teléfono a un joven que se masturba en la oscuridad de su habitación. Se trata de un inadaptado social que arrastra un trauma infantil y tiene un amigo retrasado junto al que busca su lugar en la sociedad trabajando para la yakuza realizando encargos o publicitando locales de alterne. El tipo está como un cencerro y disfruta asesinando a hombres y mujeres atacándoles vestido de colegiala, algo que le proporciona un gran placer sexual. Entonces aparece en su vida una misteriosa chica que dice ser un ángel caído que quiere ayudarle.


Bizarra, surreal, gore, extraña, violenta, desviada y llena de sexo... todo ello define a esta Eat the School girl de Naoyuki Tomomatsu, un realizador nacido en el glorioso 1967 que tiene en su haber cintas como Stacy, Vampire girl vs. Frankenstein girl o Maid-Droid, de las que ya os he dado cuenta en el pasado en este espacio dedicado al séptimo arte. En esta que hoy me ocupa somos testigos de violaciones rodadas con poco glamour y mucha crudeza y asistimos al retrato de un ser que intenta mitigar su angustia llenando su existencia con una mezcla de muerte y sexo compulsivo. En ese aspecto, la cinta de Tomomatsu –que poco tiene que ver con sus producciones de simpático neo-gore o con cutre-cintas de zombies como la mencionada Stacy- es realmente desagradable y no escatima escenas como la visión del asesino eyaculando sobre sus víctimas. Y la historia no mejora cuando el argumento se centra en los gustos del jefe de la pareja de jóvenes –un fanático de las snuff movies que disfruta asistiendo a rodajes de violaciones en grupo- o cuando al deficiente amigo del protagonista le da por sacarle las tripas a su novia mientras esta se ducha. Piltrafillas, al lado de esto, las bizarradas del Tío Jess o los giallos de Argento son meras cintas familiares. Aún no sé si recomendaros su visión o deciros que salgáis a la calle a respirar aire puro antes de invertir una hora de vuestra preciada vida intentando entender qué narices quería contarnos Tomomatsu cuando parió semejante engendro. Vosotros decidís.

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