Normalmente –con la excepción de la serie dedicada a los singles que heredé de mi madre y que en su práctica totalidad eran exponentes del pop hispano y europeo de los 60–, mis entradas se mueven estilísticamente en el ámbito del heavy metal, el thrash, el AOR, el black metal o el hard rock. Sin embargo, hoy no tocaré ninguno de estos géneros, no.
Hoy, a mi manera, voy a hacerle la competencia a Dani, así que aguantadme
el cubata, vinilófilos del lugar. Para ello tiraré de una de mis recientes
compras a ciegas. A veces, esta modalidad de caza musical funciona bastante
bien y le ofrece a uno sorpresas y alegrías. Así, a bote pronto, recuerdo
los casos de Zon, Gambler –más a ciegas que ese, ya me diréis–, Heaven o los
recientemente reseñados Bodine. Sin embargo, en otras ocasiones uno no cobra
una pieza todo lo apetitosa que hubiese deseado. Por supuesto, ya hemos
comentado hasta la saciedad en numerosas ocasiones que el amor por la
música, como ocurre con todas las artes, es subjetivo. Así que, aquellos que
opinen que las diversas variantes del metal son poco más que ruido quizás
disfruten con esta obra que hoy os comento. Me estoy refiriendo a Cats
aglow, de los neerlandeses The Cats.
La verdad es que la culpa es sólo mía, porque anda que la portada –cutre
como ella sola– no daba pistas. La idea parecía buena. Sin ir más lejos,
Iron Maiden habían montado una escena parecida en la parte interior de la
funda del Piece of mind, con platos de porcelana, cubertería de plata,
maderas nobles, armaduras, un jugoso cerebro con guarnición de verduritas en
su justo punto de cocción... En este disco, la portada tenía candelabros
brilli-brilli de la última estantería del bazar chino, un vestuario del
fondo de armario –muy al fondo– de una tienda Humana y en lugar de
espectaculares viandas, sobre la mesa se amontonaban chuscos de pan. Por si
todo eso fuera poco, platos, vasos y cubiertos eran de plástico, como de
celebración infantil de bizcocho forrado de Nocilla con Lacasitos,
sándwiches de pan de molde con mortadela de aceitunas y Mirinda de naranja
para beber. Y aún así, decidí comprármelo a ciegas. Con un par. Me sugería
melodías de rock setentero psicodélico, una joya del protometal vamos. Nada
más lejos de la cruda realidad.
Y aquí os descubro un nuevo concepto, el palingpop –literalmente, pop de anguila–, un subgénero de la música holandesa que define un sonido melódico, sentimentaloide y con muchas armonías vocales, distintivo y característico de la mayoría de las bandas originarias de la ciudad de Volendam, que resulta que tradicionalmente se conoce por la pesca de dichos teleósteos. Obviamente –a santo de qué os contaría esto si no–, The Cats nacieron en Volendam y aunque su carrera se extendió desde los años 60 hasta inicios de los 80, la década de los 70 fue la de su máximo esplendor, al menos en los Países Bajos, Alemania o zonas como las antillas holandesas y la actual Surinam. La banda estaba formada por Cees Veerman a las voces y guitarra, Arnold Muhren al bajo, Piet Veerman a las voces y guitarra, Theo Klouwer a la batería y Jaap Schilder a la guitarra y piano.
El disco en cuestión que hoy os presento es de 1971 aunque no estoy seguro
de si se corresponde con mi copia porque en la información de la galleta la
discográfica es Bovema Negram y –según DISCOGS– este sello resultó de la
fusión de Bovema-EMI con Negram B.V. en 1978. Así que también podría ser una
reedición. Sea como sea, eso no afecta a la calidad de la obra producida por
Klaas Leyen con arreglos de Wim Jongbloed que con portada diseñada por John
Vandenberg y fotografiada por George van der Wijngaard, nos ofrece el
siguiente track list:
A
One way wind
My friend Joe
She’s on her own
Dance dance
A letter
Lonely nights
End side one
B
Gipsy girl
Don’t know where to go
Country woman
If you’ll be my woman
Why did you go
Winter’s end
A ver, One way wind perfectamente podría ser del amigo Artemios
Ventouris-Roussos (Demis para los amigos) con momentos a lo Roy Orbison, con
un ritmo repetitivo de percusión, arreglos de cuerda y una acústica llevando
el protagonismo de la melodía. My friend Joe tiene apariencia de folk-pop
con bonitas armonías vocales a lo Beatles y con una steel guitar que nos
acerca al country y a los baretos envueltos en humo en los que una rubia de
bote entrada en años llamada Debra Mae sirve café aguado mientras sonríe
esperando que cuando salga del local a las tantas haya alguien en el
aparcamiento dispuesto a alegrarle la noche. Lo cierto es que la tonada no
resulta desagradable del todo. She’s on her own, sigue la tónica de la
anterior, aunque no me provoca el mismo interés. Entonces la fiesta
–entendedme– arranca con Dance dance, una cancioncilla como de fin de ágape
campestre, con una larga mesa rodeada de familiares y amigos moviéndose al
unísono de lado a lado, el kirsch corriendo de copa en copa, un cuñado
tocando el acordeón y la brisa de las montañas bávaras provocando que la tía
Helga piense en ponerse la rebequita. Si hasta tiene solos de guitarra. En
cierta forma me recuerda el espíritu del natsumero –hace muchos años ya que
os hablé de él–, pero en alegre. Es el único tema del disco que no es de
ellos y se trata de una versión de una composición de –agarraos– el
canadiense Neil Young. A letter ya es como entrar en el universo de Heino,
con esos arreglos de metales y ese ambientazo a schlager, con mucho en común
con el palingsound. Lonely nights es tan alegre como una reunión de
moribundos al atardecer en un hospital de Vorkutá, pero resulta agradable,
melódica y me recuerda a una mezcla de Beatles y The Kinks en sus faceta
más folk. Con End side one –se mataron con el título– finaliza la cara A con
lo que vendría a ser una especie de homenaje de The Cats a Massiel, vamos
digo yo. La letra dice algo así como la la la la la, la la la la, la la la
la, la la la la... Más de dos minutos y medio de homenaje,
amigos.
Y con la misma (ausencia de) fuerza, energía, tralla y velocidad encaramos la cara B, ahora con la pizpireta Gipsy girl y cierto ambiente a western crepuscular con metales, cuerdas y un bajo muy marcado. ¿Queréis creer que me ha gustado la melancolía que transmite? Don’t know where to go es una cancioncilla que a estas alturas del álbum, con los oídos y el bulbo raquídeo acostumbrado a ese sonido, resulta incluso agradable y relajante. Y entonces, ¡la sorpresa!, una Country woman con sus punteos de guitarra eléctrica, ritmillo, blues rock y un ambientazo que hace que los del bareto que escuchaban My friend Joe se hayan levantado a hacer line dance y air guitar. Joder, finalmente Debra Mae va a comerse algún hot dog esta noche. If you’ll be my woman comienza con un piano que me recuerda el inicio de Imagine, aunque deriva a una pop-ballad que podrían haber cantado Mama Cass y sus compañeros de grupo. Why did you go nos vuelve a acercar a un pop digamos que incluso bailable, alejándonos del folk fiestero y finaliza el álbum con lo más cercano que estos tipos estuvieron del prog rock, un extensísimo tema de casi cinco minutos, triste a más no poder, titulado Winter’s end, con piar de pajarillos y todo.
En resumen: Temas muy cortos, de tres minutos o menos, por lo que la
experiencia total es intensa pero administrada en pequeñas dosis. Y si al
acabar el disco no has cogido el coche en dirección a Segovia para tirarte
desde lo alto de su acueducto, es que estás preparado para cualquier golpe
que te dé la vida. Eso, o a lo mejor exagero y no es un disco tan
execrable.
Bonus: Para los que estén interesados, adjunto los enlaces a los álbumes
mencionados al principio de la entrada.
Bodine – Three times running aquí
Gambler – Love and other crimes aquí
Heaven – Where angels fear to tread aquí
Zon – Back down to earth aquí
¡Feliz viernes!
@KingPiltrafilla
Entrada publicada simultáneamente en ffvinilo.blogspot.com
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