Después de un tiempo dedicado al descanso, dedico otra entrada a una nueva reseña cinematográfica, esta vez a una infumable peliculilla de serie B titulada Zaat (aunque también fue comercializada con otros títulos). Los de mi quinta recordaréis –supongo que con cariño– al comandante Jacques Cousteau, un amante de la vida marina. Pues bien, aquí también encontraréis a un tipo que ama a los seres acuáticos, aunque este es un tarado con el que hay que tener cuidadín. Coescrita, codirigida y producida por Don Barton –un productor y guionista de Jacksonville–, este despropósito de película nos explica que el científico marino Kurt Leopold, harto de las burlas de sus colegas, se inyecta el compuesto ZaAt –de ahí el título de esta ignominia– y convertido en un monstruo mutante, se dedica a asesinar a quienes osaron reírse de él. Al final, se necesitará la ayuda de una organización de científicos denominada INPIT para detenerlo.
Protagonizada por Marshall Grauer, Wade Popwell, Paul Galloway, Gerald Cruse, Sanna Ringhaver o Dave Dickerson, al final pasa lo de siempre en estos casos. Zaat es tan mala, que resulta simpática. Desde su inicio con ese prólogo con voz en off demasiado largo, a las interpretaciones, pasando por los escenarios, el diseño de producción o al horroroso –por lo cutre– diseño del criatura acuática... todo es de ínfimo nivel. Además, comienza hablando de los seres del mar, pero se centra en actuar en un río al transformarse en una especie de pez gato al que por otra parte no se parece en nada. Por otra parte, como era de esperar, además de la ictiofilia y la venganza, al Dr. Leopold también le mueve la lujuria y se dedica a buscar una rubia joven para convertirla en su compañera. Lo dicho, una estupidez sin pies ni cabeza que –sin embargo, bien regada con un par de gintonics– es un buen divertimento, siempre que os guste disfrutar de enormes sacos de guano cinematográficos, aunque sólo sea para echar unas risas a su costa.
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