El reportaje fotográfico comienza en la Praça de Carlos Alberto, a pocos minutos de nuestro alojamiento, en una zona muy animada llena de restaurantes, cervecerías y tascas. Así llegamos a la Igreja do Carmo, de estilo rococó, donde destaca su enorme mosaico lateral de azulejos. Sin embargo, separada por una vivienda casi invisible –le llaman la casa escondida–, nos gustó muchísimo más la barroca Igreja dos Carmelitas. A propósito de la mencionada casa, cuya fachada tiene poco más de un metro de ancho, se dice que responde a una ley que prohibía que dos iglesias se tocasen o compartiesen muros. Pero también existe otra teoría que indica que era para aumentar la separación física entre las monjas del convento de Carmelitas y los monjes de la Iglesia del Carmen. A saber. La siguiente parada fue en la Livraria Lello, ubicada en un edificio de fachada modernista y neogótica que tiene un interior muy bonito en madera con una gran escalinata central. Se trata de una turistada enorme, pero a mi esposa le hacía ilusión. La verdad es que el local es precioso, pero es imposible disfrutarlo entre la oleada de turistas que previa reserva entramos en grupos cada media hora durante todo el día. En fin, cosas que uno hace cuando viaja.
Adjunto también la imagen de una reproducción en tres dimensiones de la Luna que cuelga del porche de la rectoría de la Universidade do Porto. Y después de comer y pasar un rato de descanso en el hotel, regresamos a esa parte de la ciudad para visitar la Igreja do Carmo. Atravesando el Jardim das Oliveiras fuimos a la Igreja dos Clérigos, aunque obviamos el ascenso a pie a la torre de su campanario, que ya no tenemos las rodillas para eso. Al salir no pudimos dejar de entrar en la tienda de Comur –una prestigiosa conservera portuguesa con sede en Aveiro–, que tiene diversas boutiques donde se pueden adquirir sardinas, caballas, pulpo, huevas de bacalao y todo tipo de alimentos envasados en latas de preciosos diseños. Hay una serie de estas en las que la gracia está en que lleven impreso en año de nacimiento del cliente. Todas las latas son tan bonitas que incluso tienen un mecanismo para abrirlas por detrás para poder comer su contenido sin estropear su diseño.
Total, que nos fuimos a la Igreja de Santo Antonio dos Congregados y, después de subir por la empinada Rua de 31 de Janeiro –en Porto todo es subir y bajar cuestas, algunas bastante empinadas– llegamos a la Igreja de Santo Ildefonso, muy bonita externamente pero que no me impactó demasiado en su interior. Como a estas alturas habréis visto –y lo que os queda–, pese a declararme ateo (el agnosticismo es de indecisos y está sobrevalorado), me encanta la arquitectura religiosa. Y en ese sentido, Porto está lleno de verdaderas bellezas. Saliendo de Santo Ildefonso –por cierto, está frente a la Praça de Batalha, muy cerca de la cervecería Gazela, donde hacen un cachorrinho estupendo–, paseamos por la comercial Rua de Santa Catarina en donde además de muchísimas tiendas o el Café Majestic, encontramos la preciosa Capela das Almas, con su pared de azulejos. No tardaríamos en llegar a la zona de Bolhâo y a su moderno mercado (delante de su entrada sur hay una pastelería en la que hacen unos bolinhos de bacalhau com queijo buenísimos) antes de poner rumbo a la Avenida dos Aliados, donde está el Ayuntamiento y tras el que se encuentra la Igreja da Santíssima Trindade. Después de descansar un poco, nos dispusimos a buscar un sitio para cenar antes de regresar al hotel y poner fin al primer día en Porto.
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