Pues sí, después de estar todo un año esperando con ilusión las vacaciones de verano para hacer una escapada a algún sitio del mundo y desconectar del día a día, uno siempre se da cuenta de que –como ocurre habitualmente– pasan en un suspiro y no tardamos en regresar a la vida real. Sin embargo, me siento afortunado de tener aún la oportunidad de poder hacerlo y de contároslo. Esta vez –la primera sin nuestra hija, que ya vive a su ritmo– hemos ido a Porto. Francesinha, sardinhas, cachorrinho de Gazela, tripas a moda do Porto, bacalhau, bolinhos de bacalhau com queijo, bocadillo de lechón, pastelitos de nata, salgados de todo tipo, croquetas, polvo à lagareiro, arroz de tamboril, amèijoas à bulhâo pato... y qué sé yo. Por supuesto, también Albarinho, Alentejo, vinho verde y vinos de Porto. Y sobre todo, litros y litros de Super Bock.
Os diré que al partir en dirección al aeropuerto para regresar a Barcelona, le pregunté a mi esposa qué nos llevábamos de Porto. Y ella, medio en broma medio en serio, me dijo: kilos de más. No deja de ser cierto, pero –como veréis en mi acostumbrado resumen fotográfico– la ciudad, que nos ha gustado más que Lisboa, no sólo nos ha dado de comer y beber y tiene innumerables rincones de lo más atractivo. Y eso que está reventada de turismo masificado y medio levantada a causa de las obras del Metro, algo que tiene comprensiblemente enfadados a numerosos comerciantes y restauradores del casco antiguo.
En seis días, nos ha dado para conocer muy bien la ciudad. Según una de esas aplicaciones que cuentan pasos, hemos caminado más de 90 kilómetros, no os digo más. Total, que a partir de ahora os ofreceré durante unos días unas cuantas entradas con una selección de fotografías de mis vacaciones estivales en Porto... y alguna otra localidad. A ver si os gustan.
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