Os traigo ahora al granadino Francisco Soria Aedo, un extraordinario pintor figurativo costumbrista de principios del siglo pasado. En su infancia, la contemplación de la ciudad, el campo y sus gentes –y sobre todo los vistosos y coloridos plumajes de los gallos ingleses que su padre tenía en las fincas que explotaba– despiertan la vena artística del chaval, por lo que su padre le instala un estudio en el ático de casa. La familia no tarda en decidir que Francisco compagine las clases del instituto con las clases de pintura, con el pintor cordobés Tomás Muñoz Lucena. Con 19 años entra como contable en los Almacenes La Magdalena, pero no abandona su pasión, retratando por ejemplo a los dueños de la empresa. Tres años después se presenta a un concurso del Ayuntamiento de Granada, donde consigue el primer premio. Animado por ello, decide mudarse a Madrid, aunque siguiendo la voluntad de sus padres –que no veían claro que su hijo tuviese un futuro en eso de la pintura– se presenta a oposiciones, consiguiendo plaza en el Banco de la Plata. Pero entonces, por mediación del director del Colegio de España en Roma conoce al Duque del Infantado, que se convierte en su mecenas y propicia la entrada de Francisco en el estudio de José María López Mezquita. En los años 20 alquila un estudio con su amigo Pedro Antonio en el barrio de Chueca, donde casualmente había trabajado Joaquín Sorolla, pintor al que Francisco admira y que sin duda –en mi humilde y desautorizada opinión– es una de las influencias de su pintura junto a Velázquez. En esa época viaja por España y recorre el norte de África desde Marruecos a Argelia, creando obras con un color y una luz especiales. Será en 1922 cuando se presente por primera vez a una exposición nacional y a partir de ahí, con sólo 25 años, su carrera despega reportándole numerosos premios. Su obra consta en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y el Museo de Bellas Artes de Granada.
miércoles, 5 de julio de 2023
Francisco Soria Aedo
Os traigo ahora al granadino Francisco Soria Aedo, un extraordinario pintor figurativo costumbrista de principios del siglo pasado. En su infancia, la contemplación de la ciudad, el campo y sus gentes –y sobre todo los vistosos y coloridos plumajes de los gallos ingleses que su padre tenía en las fincas que explotaba– despiertan la vena artística del chaval, por lo que su padre le instala un estudio en el ático de casa. La familia no tarda en decidir que Francisco compagine las clases del instituto con las clases de pintura, con el pintor cordobés Tomás Muñoz Lucena. Con 19 años entra como contable en los Almacenes La Magdalena, pero no abandona su pasión, retratando por ejemplo a los dueños de la empresa. Tres años después se presenta a un concurso del Ayuntamiento de Granada, donde consigue el primer premio. Animado por ello, decide mudarse a Madrid, aunque siguiendo la voluntad de sus padres –que no veían claro que su hijo tuviese un futuro en eso de la pintura– se presenta a oposiciones, consiguiendo plaza en el Banco de la Plata. Pero entonces, por mediación del director del Colegio de España en Roma conoce al Duque del Infantado, que se convierte en su mecenas y propicia la entrada de Francisco en el estudio de José María López Mezquita. En los años 20 alquila un estudio con su amigo Pedro Antonio en el barrio de Chueca, donde casualmente había trabajado Joaquín Sorolla, pintor al que Francisco admira y que sin duda –en mi humilde y desautorizada opinión– es una de las influencias de su pintura junto a Velázquez. En esa época viaja por España y recorre el norte de África desde Marruecos a Argelia, creando obras con un color y una luz especiales. Será en 1922 cuando se presente por primera vez a una exposición nacional y a partir de ahí, con sólo 25 años, su carrera despega reportándole numerosos premios. Su obra consta en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y el Museo de Bellas Artes de Granada.
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