La película de la que hoy os quiero hablar es la infumable Último deseo, que es el que le tendrían que haber concedido al –por otra parte mítico– León Klimovsky, antes de ajusticiarlo por haber rodado este bodrio. Protagonizada por Nadiuska, Alberto de Mendoza, Paul Naschy, Antonio Mayans, Ricardo Palacios, Teresa Gimpera o María Perschy entre otros intérpretes de probada solvencia en el cine de la época, lo cierto es que la sinopsis, el elenco y el realizador de la película hacían presagiar una obra interesante, con tensión, erotismo y acción. Pero el resultado fue bien diferente. Desde el inicio de la cinta y conforme esta avanza, se nos van presentando los personajes aunque con un ritmo carente de energía y sin profundizar en los motivos –si es que existe alguno claro– por los que acabarán coincidiendo en la localidad francesa de Vilmore, donde se encuentra la mansión del matrimonio formado por Víctor y Lily. Así, un fin de semana estos tendrán como invitados a Vasily, agregado de la embajada rusa, los doctores Robertson y Messier –dos eminentes cirujanos–, el profesor Bill Fulton, un miembro del Comité Internaconal de Emergencia con el nombre en clave Pájaro Azul y un tal Mr. Borne, empresario y traficante con pasado militar. A ellos se unirán las prostitutas Clara, Marion, Luna y Tania, además de Berta, madre de familia y antigua amante de Lily. La idea del matrimonio no está clara, pero al parecer son seguidores del pensamiento del Marqués de Sade y pretenden que la reunión sea una exaltación del placer y la satisfacción del deseo a cualquier precio. Eso sí, ni idea de lo que tienen en común todas esas personas o la razón de su llamada a la cita.
Total, Marques de Sade, Nadiuska, una mansión en la que coinciden hombres poderosos y prostitutas... ¿vamos a asistir a una película de orgías con trasfondo de trama política? Pues eso podría parecer, pero para nada. En la segunda parte de esta Último deseo todo cambia de repente a peor, como si los guionistas se hubiesen fumado unos porros y además en mal estado. Y es que mientras los moradores de la mansión están a punto de iniciar una noche de sexo y hedonismo en una mezcla de cripta y bodega, en el exterior tiene lugar una explosión nuclear que deja sin vista y enloquecidos a todos los seres humanos. Y así es como el grupo se verá atacado y diezmado por hordas de ciegos. A ver, no quiero ser irrespetuoso, pero una cosa es ser perseguido por muertos vivientes y otra por invidentes. Es decir, que todos hemos jugado a la gallinita ciega y pensar que las vidas de un grupo armado de personas que ven perfectamente estarán amenazadas por ciegos rabiosos blandiendo bastones es hilarante tirando a ridículo, casi tanto como algunas críticas en las que he leído que el argumento bebe de La noche de los muertos vivientes de George A. Romero. En fin, amiguitos, un despropósito... o una obra maestra del surrealismo. Si le sumamos que Paul Naschy es aquí un personaje segundón, que no hay acción, el erotismo brilla por su ausencia y que el final no tiene ni pies ni cabeza, lo cierto es que no sé si aconsejaros que os olvidéis de este título o recomendaros encarecidamente que no dejéis pasar la oportunidad de verla ayudados –eso sí– por una buena cantidad de alcohol.
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