Con motivo de un nuevo aniversario de boda –estas cosas hay que celebrarlas siempre– mi mujer y yo nos regalamos una nueva escapada marcera, esta vez a la bulliciosa Constantinopla, actualmente conocida como Estanbul. Pese a que no es la capital de Turquía, es la ciudad más poblada del país e incluso de Europa. Dividida en dos partes por el estrecho del Bósforo, que une el mar de Mármara con el mar Negro y separa Europa de Asia –por lo que la ciudad tiene una parte en cada continente–, lo primero que se descubre al llegar a ella es que está construida sobre colinas, es decir que su superficie no es plana, algo que se aprende rápido si hacéis como nosotros, que acostumbramos a recorrernos a pie las ciudades que visitamos evitando en la medida de lo posible coger metros o autobuses, con el objetivo de hacernos un plano mental que nos permita ubicarnos sin necesidad de ayudas electrónicas, algo que solemos conseguir a partir del segundo día.
Otra cosa que se descubre pronto, sobre todo si os alojáis en la zona de Fatih –uno de los distritos más grandes de la ciudad que constituye el barrio antiguo conquistado por Mehmed II el Conquistador y se conoce como el verdadero Estambul– es que la ciudad vieja rebosa de callejuelas frecuentemente empinadas en las que sólo cabe un vehículo y por donde peatones, comerciantes, camiones y furgonetas de reparto, porteadores, repartidores de té, taxis, coches particulares y motos se mueven en un caos aparentemente controlado sin que el sentido de la circulación signifique nada en absoluto. Por cierto, otra cosa que no significa nada para los conductores son los pasos de cebra, estáis avisados. Total, que con esta entrada inauguro mi acostumbrado reportaje de viaje fotográfico, que inicio con el interior recargado de la furgoneta que nos llevó desde el aeropuerto hasta el hotel –un medio de transporte más que indicado ya que no existe buena conexión con la ciudad, rápido, cómodo aunque un ejemplo de economía en B que se paga en efectivo y sin factura– y un primer contacto con los alrededores de nuestra zona de alojamiento, en concreto la imponente Mezquita de Suleymaniye, construida por Suleimán I el Magnífico entre 1550 y 1557 con un diseño más racionalista que el de la bizantina Santa Sofía, modelo para numerosas mezquitas otomanas de la ciudad.
Completo la selección de imágenes con una vista de la torre de origen genovés de Gálata en Karaköy –en la otra orilla del Cuerno de Oro– y de las a esa hora desiertas escaleras entre la calle Asir Efendi y Hanimeli, una de las numerosas callejuelas de Fatih. Por suerte, pese a que durante los días de nuestra estancia en Estanbul las nubes cubrieron el cielo y la bruma bañó continuamente la ciudad, la llovizna que nos recibió esa primera tarde no regresaría hasta la noche anterior a nuestra partida de regreso a Barcelona.
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