Piltrafillas, para la reseña de hoy creo necesario un prólogo. Cualquiera de más de 50 años en Cataluña, a poco que haya crecido pegado a una radio, ha escuchado –incluso en imitaciones humorísticas– a Sebastià Daniel Arbonés, conocido con el nombre ‘artístico’ de Sebastià d’Arbó. Tortosino de nacimiento, tras emigrar a Ginebra con su familia, se establece en Barcelona a mediados de los años 60. Periodista y psicólogo, comienza su andadura en TVE como documentalista aunque será su amor por el esoterismo y las ciencias ocultas lo que le convertirá en la figura respetada y conocida que es hoy. En 1975 ganó el premio Ondas por La otra dimensión, en la cadena SER y posteriormente lo encontramos en los programas España mágica de TVE1, Catalunya misteriosa para el circuito catalán de TVE –con una versión radiofónica para Catalunya Ràdio que estuvo siete años en antena–, Pirineus màgics para Andorra Televisió o en colaboraciones para En los límites de la realidad de Antena 3 o Cuarto milenio del canal Cuatro. Actualmente lleva casi dos décadas al frente de Misteris, en RAC1, pero esa no es la faceta de Sebastià que nos ocupa hoy, sino la de cineasta –como director, guionista y productor– por la que el Festival de Sitges le rindió homenaje en 2002.
Así pues, hechas las presentaciones, paso a comentaros Cena de asesinos, un subproducto de serie Z que no podía faltar en este blog. Dirigida y coescrita por D’Arbó, contó con la participación ante la cámara de Laura Conti, Albert Dueso, Jordi Torras, María Espinar o Jordi Dauder. Y la historia que nos contaba –de una forma algo enrevesada, también es verdad– era la de Héctor Ross, un hombre que trabaja para una organización que trafica con drogas y lava dinero. Cuando su hijo fallece de sobredosis, el tipo decide volverse contra sus jefes –¿qué pasa con su propia responsabilidad?– y comienza a eliminar a todos los implicados en la red, primero por él mismo y después contratando a tres asesinos, dos hombres y una mujer. Finalizada su misión de venganza y con ayuda de una amiga, cita a los tres en una isla y les ofrece dinero con la intención de que estos se maten entre ellos movidos por la codicia. No me negaréis que, sobre el papel, la propuesta era más que interesante. Otra cosa fue el resultado. El presupuesto seguramente no era para tirar cohetes y Sebastià d’Arbó no tenía la habilidad y oficio de un Jesús Franco, por ejemplo.
Total, que a los compases de una banda sonora de repetitiva musiquilla synthwave ochentera que resuena durante buena parte del metraje y con unos diálogos e interpretaciones poco naturales que D’Arbó salpica con algunas escenas de sexo, el guión va dándonos la clave de una historia embarullada –a veces parece que el montaje se haya hecho sin ningun orden establecido– y bastante inverosimil. Pese a todo, repito que la idea era muy atractiva y con más presupuesto, mejores actores, mejor fotografía y –lo siento Sebastià– otra dirección, podríamos estar ante una cinta de culto reverenciada por la totalidad del frikismo patrio e internacional si me apuráis. Sea como sea, la Cena de asesinos que quedó para la posteridad es esta y aunque sólo sea por sus carencias y su voluntad no os la podéis perder.
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