domingo, 9 de mayo de 2021

The touch of her flesh (1967)


Hoy os quiero comentar The touch of your flesh, algo así como un proto slasher escrito y dirigido por Michael Findlay –realizador neoyorquino fallecido diez años después en un accidente de helicóptero, Dios le haya perdonado– que para esta función utilizó el pseudónimo de Julian Marsh. La película, primera de la trilogía de la carne junto a The curse of her flesh y Kiss of her flesh, comienza mostrándonos a un tipo con pinta de panoli –el mismísimo realizador poniendo de manifiesto su falta de talento como intérprete, además de para otras cosas– que está probando una ballesta en el comedor de casa mientras su esposa sestea en el sofá (¿?). Al poco de salir a trabajar, entra en el apartamento de la pareja un hombre más apuesto con el que la mujer se dispone a retozar de inmediato. Entonces, el marido la telefonea cuando ni tan siquiera ha llegado a su trabajo y como ella no le coge el teléfono –tiene los sentidos puestos en otra cosa, ya me entendéis– el pavo se presenta en casa y se encuentra con la escena. Sin embargo, en lugar de montar un pollo y liarse a golpes con el desconocido, sale a la calle y echa a correr desconsolado como un loco... provocando que un coche le atropelle. 
 

A causa del accidente pierde un ojo y sus piernas quedan paralizadas temporalmente, lo que le llevará a desplazarse en silla de ruedas. Pero, enamorado obsesivamente de sus esposa –que es stripper, no os lo perdáis–, en lugar de volcar su rabia contra ella o su amante, le da por vengarse de su desgracia asesinando a las strippers, bailarinas de burlesque o prostitutas que se cruzan en su camino con armas como por ejemplo ¡una cerbatana! Protagonizada por el mencionado Findlay, Angelique Pettyjohn, Vivian del Rio o Ron Skideri entre otros, The touch of her flesh podría haber sido un slasher icónico si no fuese porque es mala de cojones y una excusa zafia para mostrar cuerpos femeninos semidesnudos. No me malinterpretéis, sabéis que a mi las nudies me parecen simpáticas y reivindicables, pero agradezco un mínimo nivel artístico. Las situaciones eróticas son patéticas, con mucho magreo pero sin entrar en faena, la música no pega ni con cola con la acción, las escenas de lucha son inverosímiles, no se ve ni una gota de sangre –en esa época, Herschell Gordon Lewis ya estaba rodando cosas mucho más excitantes– y las interpretaciones son infectas. En resumen, un producto sólo para completistas de lo erótico que es necesario acompañar de un buen ron doble con lima.

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