domingo, 27 de enero de 2019

Roma (2018)


Pues sí, piltrafillas, ayer fui a ver en cine –como deben verse las grandes películas– la estupenda Roma, una cinta que está llamada a hacer historia si logra llevarse los Oscar a mejor película y mejor película de habla no inglesa. La cinta, además, está merecidamente nominada en los galardones a mejor fotografía, sonido, guión, dirección, diseño de producción, actriz principal y actriz secundaria. Y es que, a veces, las decisiones de la Academia pueden ser más o menos arbitrarias o deberse a intereses coyunturales. Obviando la parte de todo ello que también haya podido influir en este caso, lo cierto es que Roma es CINE con mayúsculas, una preciosidad de película, una obra de arte. Dirigida por Alfonso Cuarón –de quien aquí ya os hablé con motivo del estreno de Gravity–, autor también de la fotografía, el guión así como editor y productor de la misma, Roma se basa en la propia infancia del realizador en el seno de una familia de clase media y se centra en Cleo, la sirvienta de la familia, como homenaje a Liboria –la empleada de hogar que le crió de pequeño–, a quien ha dedicado la obra. La acción –aunque en este caso hablar de acción es abusar del lenguaje– tiene lugar en el número 21 de la calle Tepeji, en la colonia Roma de la capital mexicana –de donde toma el nombre la película–, que es el hogar en el que creció Cuarón


Asistir a la proyección de Roma es como mirar por una ventana un pedacito de la vida de un familia de clase media de la Ciudad de Mexico de principios de los 70. Con fuertes influencias del neorrealismo italiano –acentuadas por el blanco y negro de la fotografía– y pinceladas de ese surrealismo tan mexicano –la escena del Profesor Zovek ante los estudiantes de artes marciales–, este ejercicio de nostalgia con más profundidad de la que podría parecer en un principio tiene humor, mensajes ocultos –el cántico del personaje disfrazado de Krampus rodeado de llamas– y momentos de denuncia social, como la recreación de la masacre estudiantil del 10 de junio de 1971, alternando momentos simpáticos o puramente costumbristas a lo La gran familia (Fernando Palacios, 1962) con escenas conmovedoras protagonizadas casi siempre por la estupenda Yalitza Aparicio. Y es que se puede decir que pese a esa apariencia de retrato temporal entre dos puntos aleatorios de la vida de la familia, la historia tiene un inicio y un final focalizado en aspectos de la vida de la protagonista que no os quiero desvelar por si aún no habéis disfrutado de este peliculón. Feminista e indigenista , tampoco falta la referencia cinéfila al recuerdo de lo que quizás fue la inspiración de la mencionada Gravity, con esa escena sacada de Atrapados en el espacio (John Sturges, 1969). En resumen, una delicia visual y sónica que en algún momento del metraje pierde algo de fuelle, aunque rápidamente lo recupera para que la historia nos golpee con más fuerza en el último tramo de la historia. Una joya.

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