domingo, 30 de septiembre de 2018

La invasión de los zombies atómicos (1980)


Y completo el aporte cinematográfico dominical con La invasión de los zombies atómicos, una coproducción hispano-italiana dirigida por Umberto Lenzi, realizador que casi seguidas a esta cinta dirigiría –entre otras– Eaten alive! (ver aquí), Cannibal Ferox (aquí) o la más tardía Nightmare beach (aquí). La que hoy me ocupa es un cinta algo cutre en su resultado, protagonizada por el mexicano Hugo Stiglitz, las italianas Laura Trotter y Maria Rosaria Ommagio –pocos años después de convertirse en un mito erótico en nuestro país tras aparecer desnuda en La lozana andaluza, de Vicente Escribá–, los españoles Manolo Zarzo y Paco Rabal (¿qué hace aquí, si no es llevarse un dinerito por interpretar a un personaje del todo irrelevante y sobar a la Omaggio?) y Mel Ferrer, típico ejemplo de estrella estadounidense en horas bajas contratada para dar empaque a la distribución de la película en norteamérica. La verdad es que, más que de zombies, de lo que trata la cinta es de seres enloquecidos y quemados por la radiación atómica –de hecho, su título internacional fue Nightmare city– pero se ve que aquí vendía más el tema de los muertos vivientes. Total, que estamos ante una historia que comienza con el reportero de televisión Dean Miller trasladándose al aeropuerto para entrevistar a un científico que trabaja en una central nuclear en la que se ha producido un aumento de los niveles de radiación. Pero de pronto ocurre algo. Un avión militar sin identificadores que permitan identificar su nacionalidad pide permiso para aterrizar. 


Cuando el periodista y su operador de cámara llegan al lado del avión junto a unos cuantos militares y policías, de su interior salen unas personas atacadas por algún tipo de virus que les atacan con inusitada violencia, matando a casi todos. Miller y su compañero logran escapar y rápidamente pretenden difundir las imágenes del suceso. Sin embargo, un general del ejército se presenta en la emisora y lo prohibe. Poco a poco, la extraña epidemia –que al final resulta ser una fuerte alteración física y psíquica por radiación, como ya imaginábamos todos– se va extendiendo por toda la ciudad, sembrándola de cadáveres mientras los militares intentan solucionar el problema y Miller pretende ponerse a salvo junto a su esposa, doctora de un hospital que también es atacado. Piltrafillas, es difícil que las imágenes no recuerden vagamente a The walking dead pese a que en esta los caminantes no devoran los cuerpos de los humanos –se limitan a beber su sangre– ni deambulan como vegetales sino que son inteligentes. Eso sí, sólo mueren –como los televisivos– de un tiro en la cabeza. Los efectos de maquillaje y el atrezzo son de puta pena y respecto a las interpretaciones tan solo salvaría a Stiglitz, el único que resulta creíble. El resto parece estar pensando en cualquier cosa menos en sacar adelante con solvencia y profesionalidad el producto. Es por ello que el resultado me ha parecido bastante pobre, aunque cabe destacar que el director de fotografía fue ni más ni menos que Hans Burman, prolífico profesional español que trabajó con infinidad de directores y fue nominado a los Goya en diversas ocasiones. No obstante, pese a estar en mi opinión muy por debajo de –por ejemplo– los títulos del realizador mencionados al principio, esta invasión de zombies no deja de resultar entretenida siempre y cuando no esperemos demasiado de ella y la disfrutemos acompañada de una buena copa de ron añejo.

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